viernes, 29 de diciembre de 2006

¿Gorditos, diabéticos y tramposos?


Hoy me topé con un documento que publica la ADA (que en contra de lo que muchos creen no se refiere al hada madrina, sino a la Asociación Americana de Diabetes, por sus siglas en inglés), sobre diabetes, obesidad y la forma de contar las calorías. Dicha noticia Salió desde el pasado día siete, pero hasta hoy la pude revisar y es en referencia a un artículo publicado en el número de diciembre –o sea el actual-, de la revista Diabetes Care. En resumen, lo que la publicación divulga es un estudio realizado con gente obesa, en la que se tomaron dos grupos de control; el primero, con obesos diabéticos y el segundo, con obesos no diabéticos y se les pidió que realizaran la cuenta de lo que comían diario durante los tres días anteriores a una cita periódica de evaluación.

Lo sorprendente y que más me llamó la atención del estudio, fue la conclusión de los investigadores, pero previo a descubrir dicha cuestión paso a reproducir lo esencial del artículo en cuanto la metodología y los resultados.

De un grupo de hombres y mujeres obesos, con diabetes tipo 2, sometidos a lo que se denomina el “doubly-labeled water method” –traduzco algo así como-, método del agua, doblemente etiquetado, en el que se supone que se verifica el consumo energético diario con respecto a las calorías que se comen, debiendo el resultado indicar un equilibrio energético. Es decir que lo que se come y lo que se reporta como comido corresponden mutuamente.

Simultáneamente se hizo una prueba de control con personas obesas, de ambos sexos, pero sin diabetes tipo 2, donde al comparar los daos se encontró, con sorpresa para los investigadores, que el primer grupo, el de obesos diabéticos, reportó de manera consistente –todos ellos-, un consumo menor al real en una cifra cercana al 25%. ¡PRÁCTICAMENTE UNA CUARTA PARTE MENOS DE LO QUE EN REALIDAD ESTABAN COMIENDO!.

Sorprendentes resultados, realmente, pues al comparar lo reportado en cuanto a ingesta calórica no solo contra la dieta en revisión y el consumo calórico determinado, sino incluso con el requerimiento mínimo metabólico, aun así quedarían cortos aún para las funciones básicas para la vida (¿el famoso metabolismo basal?.

Pero es aquí donde viene el punto que hace que el estudio llame mi atención y me invite a lanzarlo a la bloggosfera:

Reproduzco “No está claro el por qué los diabéticos son menos exactos en sus reportes sobre lo que comen, con respecto a sus contrapartes no diabéticas”. Más adelante continúa “La honestidad sobre los hábitos de alimentación es vital, ya que la dieta es la piedra de toque en el manejo de la diabetes … los médicos NECESITAN conocer lo que el paciente realmente come habitualmente, no solo como ayuda para desarrollar una mejor dieta, sino para encontrar que pautas de alimentación puedan estar detrás de problemas del control de la diabetes”.

Una joya de interpretación, no cabe duda. Me suena lógico y correcto que un exacto reporte ayuda a los médicos en el tratamiento de la diabetes y cualquier otro padecimiento que implique información precisa, pero de ahí a acusar de deshonestos a los diabéticos, por la sola diferencia de ser diabéticos, creo que excede una mínima distancia de objetividad que hay que guardar.

Conociendo cómo es la mentalidad norteamericana con respecto al término “honestidad”, clasificar a alguien de deshonesto, es el equivalente de acusarlo de un delito intencional, que en última instancia podría quitarles hasta su derecho a la atención médica adecuada, ya que podría asumirse que de manera voluntaria y maliciosa, sabotean su propia atención médica y estado de salud. Ni modo, así son nuestros norteños vecinos, si no, baste ver como se conducen en lo público y lo judicial.

Yo retaría a los profesionales de la psique que dieran un punto de vista objetivo sobre los resultados del estudio, pues considero, en el mejor de los casos, que hablar de honestidad está, como conclusión del estudio, fuera de lugar. Quitar la duda, pues el que todos los sujetos diabéticos del estudio mientan, es más que coincidencia y hay -o al menos debe haber-, algún factor que correlacione una “percibida deshonestidad”, con la Prevalencia de la diabetes combinada con obesidad.
Ser diabético en sí ya es basante malo como para que entre otros males se agrege la deshonestidad cuya etiología (origen), es la diabetes. En fin abro la puerta a una sana controversia.

jueves, 28 de diciembre de 2006

Día de los inocentes


En México la práctica de jugar bromas pesadas o hacer “inocentadas” se pierde en la noche de la historia. Con el viejo y por todos conocido versito de

“Inocente palomita
que te dejaste engañar
sabiendo que en este día
en nadie se debe confiar”

se materializa la broma, que en su versión más actual consiste en pedir un objeto de valor –dinero si es posible- y, luego de recitar el susodicho versito, quedarse en propiedad con lo así obtenido.

Uno de los más recientes participantes es el llamado el cuarto poder –sí, es correcto, me refiero a los medios de comunicación, la prensa, radio, televisión, etc.-, quienes en este día lanzan un caudal de falsas noticias con la divertida intención –según ellos-, de participar “inocentemente” en la fiesta con su granito de arena, por aquello de “ a ver quien cae”.

Ya que la tentación es casi irresistible, no quiero quedarme fuera este día y tomar algunos aspectos que, lejos de ser divertidos y para uso en un día particular del año, se han convertido en verdaderas trampas para “inocentes” bien intencionados y que tras la promesa de una cura para la diabetes lo único que hacen es toparse con mercenarios que viven de lucrar con la fe y la esperanzas de gente que recurre a medidas desesperadas para obtener un milagro que no esta ahí; lo que sí hay es un grupo de gente que obtiene, a cambio un beneficio económico y sin importarles el dolor y sufrimiento que su oferta pueda causar, un beneficio inmediato.

Me refiero, obviamente, a todas las promesas escondidas tras los productos milagro. Hierbas, tes, pastillas con zinc, jugo Noni y, no menos importantes pero sí más peligrosas, las clínicas donde ofrecen curar diabetes, cáncer, y toda clase de problemas de salud que hasta ahora se clasifican como incurables –no necesariamente intratables-. Por la ciencia médica.

Decía mi abuela “la culpa no la tiene el indio, sino quien lo hace compadre”. Y aunque en este caso el muy racista comentario podría aplicar, no exonera para nada a quienes lucran con este tipo de productos aprovechando la desesperada búsqueda de remedios o milagros que curen para siempre una condición muy difícil de aceptar y más de sobrellevar como lo es la diabetes.

Pero, ¿cómo poder evitar caer en manos de tales charlatanes?. No se trata de cerrar oídos a todo lo que escuchemos pues hay productos y prácticas naturales que nos pueden ayudar a controlar la diabetes –no a curarla, lamentablemente-, pero si en la búsqueda de remedios encontramos algunos que nos convengan, no dudemos en recurrir a ellos.

Primero que nada, dudar de las promesas de cura y alejarnos de quien nos la ofrezca. Segundo y más importante, informarnos –mucho, lo más que se pueda-, sobre qué es la diabetes y cómo es que la obtuvimos pues nos dará pistas sobre qué hacer para evitar incurrir en las prácticas que nos causaron la enfermedad, en particular los diabéticos tipo 2.

Por ello enumero algunas prácticas naturales o naturistas, como gusten, para llevar una vida razonablemente sana aun con la diabetes.

La comida es el primer bastión de defensa y cura. Comer correctamente, es decir, en cantidad adecuada y calidad debida todas nuestras comidas. Incluir en ellas todos los grupos alimenticios (fuentes de proteína, fuentes de grasas insaturadas, fuentes de energía directa de rápida y lenta asimilación y fuentes de vitaminas y minerales).

Las fuentes de proteína pueden ser tanto proteína vegetal (soya), como animal –de preferencia bajas en grasas saturadas, tales como pollo, pescado, rico en aceites omega 3 y omega 6- y según parece la carne de puerco (magra, sin grasa), en fin, buena proteína con lo menos posible de grasa animal.

Las fuentes de grasa insaturada son las de origen vegetal, en general las mejores el aceite de oliva, el aceite de canola y después de estos, casi cualquiera como cártamo, girasol, maíz, es bueno. Otras fuentes de grasa son el aguacate, mexicanísima aportación al mundo de la gastronomía y semillas como el cacahuate, las almendras, el ajonjolí y las nueces

Las fuentes de energía son los cereales, tubérculos y frutas. La idea es que sean productos naturales preferentemente, en el caso de cereales y sus derivados, que sean integrales y las frutas y verduras con cáscara –el coco no por supuesto no solo por lo difícil de masticar la cáscara, sino por que, extrañamente, los aceites de coco son grasas saturadas de las que hay que evitar.

Finalmente, las fuentes de minerales y vitaminas son las verduras y las frutas, clasificadas estas últimas como fuente de energía, más que de vitaminas y minerales. Las verduras se deben consumir con abundancia y con cáscara, ya sea crudas o cocidas –las que así se requiera-, pues además son fuente de fibra comestible que ayuda en el proceso digestivo y ayuda a regular la velocidad de absorción de los azúcares en el tracto intestinal, ayudando de esa manera a evitar picos de glucosa en la sangre.

La segunda parte del tratamiento natural o naturista, es el hacer ejercicio. Cuando me refiero al ejercicio, no necesariamente es con respecto al ejercicio de gimnasio, de la fórmula dolor – rendimiento, de cuerpo atlético para modelo de revista. No, hacer ejercicio debe ser una actividad entretenida, agradable, nunca debe de causar dolor ni ser extenuante.

El mejor ejercicio es el que permite mover la mayor parte de los músculos del cuerpo sin forzarlos ni someter a los huesos y las articulaciones a tensiones de desgaste o a lesiones y permite adicionalmente oxigenar el organismo de manera completa, es decir, el aeróbico. Una buena caminata, un paseo en bicicleta, una cascarita de básquetbol, una media hora de brazadas en la alberca, en fin hay una buena cantidad de opciones.

Simplemente haciendo la combinación de estas dos naturales actividades –comer sano y ejercitarnos-, estamos realizando más del setenta y cinco por ciento del tratamiento (bueno, así lo estimo yo), para la diabetes y de manera totalmente natural. El resto, bueno el resto es para la ciencia médica y los laboratorios farmacéuticos, ni modo, así es esto de la salud y las inocencias.

viernes, 22 de diciembre de 2006

Dulce no es lo mismo que dulce

Hoy se me ocurre hablar de los dulces y la diabetes. Lo más sorprendente de los azúcares –de los que hay más de un tipo-, es que dependiendo del tipo de azúcar que se trate, al momento de ingresar al organismo éstos se asimilan de forma diferente y por esa misma razón sus efectos pueden ser más o menos benéficos o dañinos.

Los hay monosacáridos, disacáridos y polisacáridos, dependiendo del número de cadenas de glúcidos (nombre químico de los azúcares), que los constituyan. Así por ejemplo, la fructosa y la lactosa, presentes ambos de manera natural en frutas y la leche, respectivamente, son monosacáridos, mientras que el azúcar de mesa –producto del proceso de la caña de azúcar-, es un disacárido formado por una molécula de fructosa y una de glucosa; de igual manera y, curiosamente formando un glúcido disacárido que no da gusto a dulce al paladar humano, está la sustancia formada por dos moléculas de glucosa y que se le conoce como almidón –sí, el mismísimo que usaban las abuelas para darle esa consistencia durita a las camisas y los pañuelos-, el cual es el principal constituyente de la mayoría de los tubérculos, como la papa, el camote y, en menor medida, en las zanahorias.

El azúcar más fácil de metabolizar por el organismo, es la glucosa. La glucosa es prácticamente la única fuente de energía que nuestro cuerpo utiliza. Otros tipos de azúcares tienen que ser previamente transformados a glucosa por la química corporal –que se realiza básicamente en el hígado-, antes de poder ser asimilados.

Como todos los diabéticos sabemos, nuestro principal problema es, precisamente, el poder asimilar correctamente la glucosa por la nula o escasa disponibilidad de insulina útil. Casi todos los alimentos que comemos contienen algún químico precursor de la glucosa o directamente glucosa, la cual aprovecha la acción de la insulina para penetrar la membrana celular y nutrirnos y proporcionarnos energía. Sin embargo como ya tenemos afectado el mecanismo insulina-glucosa, cualquier exceso de glucosa en sangre derivado de una sobrecarga alimenticia, nos produce daños profundos al organismo, dañando lenta pero inexorablemente sistemas completos.

Por ello ahora los expertos hablan del llamado índice glucémico que indica la velocidad en que los azúcares, glucosa incluida ingresan al organismo y la velocidad en que se absorben o el tiempo que permanecen en la sangre, constituyéndose una amenaza a la salud. Por ello la entrada de hoy está dedicada a un azúcar que ha sido señalada por los expertos como altamente dañina a la gente en lo general, pero especialmente nociva para los diabéticos ya que se le correlaciona directamente con la obesidad y la enfermedad coronaria -típica de los diabéticos.

Dicho producto es el jarabe de alta fructosa del maíz, conocido más brevemente como “alta fructosa”. Lo increíble de este producto es que lo encontramos en gran cantidad de alimentos procesados que utilizamos, a veces de manera inocente e inadvertida, por no leer con cuidado las etiquetas se dichos productos o, simplemente, por que no sabemos que nos puede hacer daño –y mucho. Pero, ¿por que usarla si hace tanto daño?. Parece que antes de saber el daño que hace, a alguien se le ocurrió que podrá usarse como edulcorante sustituto del azúcar (la famosa sacarosa), por ser barato y dulce. Se obtiene de la hidrolización del almidón del maíz y contiene, en términos generales, un 14% de fructosa, un 43% de dextrosa, un 31% de disacáridos y un 12% de otros productos.

A la pregunta de ¿y en donde encuentro la alta fructosa?, la respuesta está como para espantarse pues la encontramos en refrescos –sí a esos que los sanadores les perdonaron el impuesto-, jugos envasados, dulces (caramelos), productos horneados, galletas dulces, jarabes, sopas, yogourts, salsa cátsup (ketchup), cereales endulzados y salsas para pastas.

¿El problema principal con la alta fructosa?, solamente que actúa en el organismo elevando los triglicéridos hasta un 32%, incrementando la obesidad y exponiéndonos a la famosa y terrible Cardiomiopatía diabética, causa número uno de muertes entre diabéticos. Por ello la recomendación es no consumir productos que contengan alta fructosa y, simplemente por ello, habrá una inmediata ganancia a la salud con un menor paso y corazones más sanos o menos en riesgo.

miércoles, 20 de diciembre de 2006

Bebo, no niego, ¿puedo?, no se


Continúo con la lectura del número especial del Scientific American y sigo encontrando datos interesantes sobre el comer y la salud y como el cambio de hábitos de alimentación ha transformado a la sociedad o, mejor expresado, la sociedad ha sido modificada por los cambio de alimentación.

Sin embargo me llamó la atención un artículo sobre los riesgos y beneficios de la bebida.

Si bien es sabido desde los tiempos de Noé el efecto adverso de la bebida en exceso, también a lo largo de años y años de convivir con las bebidas alcohólicas, hemos ido estableciendo una relación de amor – odio con ellas y ha habido épocas o regiones donde el alcohol y sus derivados son prohibidos o su consumo impulsado desde los gobiernos, como una fuente de ingresos vía impuestos muy fácil de controlar. Sea cual sea el caso, el alcohol forma hoy en día una muy estrecha relación con la comida y otras formas de celebración que tenemos los seres humanos.

La cantidad y variedad de bebidas alcohólicas es enorme. Baste considerar los tipos principales de productos alcohólicos bebibles –a base de alcohol etílico-, que hay en el mercado. Así encontramos a los vinos, la cerveza y los licores o bebidas espirituosas. Las diferencias entre estas bebidas, principalmente, se deben a la forma en que son tratadas para darles su forma final para llegar al mercado consumidor.

En teoría, todas las bebidas de base alcohólica parten de un mismo origen químico, es decir, la producción de alcohol etílico a partir de la fermentación de un azúcar vegetal (encontrado en frutos, tubérculos o tallos de plantas) y que puede ser fructuosa, sacarosa o glucosa (esta última en forma de almidón), dependiendo de la planta de que se extraiga. La diferencia fundamental radica en la pureza final del alcohol o, por el contrario, la cantidad de otras sustancias presentes en la mezcla de fermentación. Cuando digo en teoría, me refiero a que hoy en día una enorme cantidad de bebidas alcohólicas -las legalmente producidas y, por ello consideradas como “no adulteradas”-, ya no se producen con alcohol natural, sino con etanol obtenido de derivados de la destilación primaria del petróleo y con procesos que simulan el añejamiento (en el caso de los vinos), o con colorantes y saborizantes artificiales para simular sabores y texturas del producto original.

Sin embargo, el protagonista principal de las bebidas sigue siendo el etanol, ya sea obtenido natural o artificialmente, es el que causa, principalmente, los efectos positivos o negativos que se le achacan a las bebidas y es, además, un producto que genera adicción a su consumo, por lo que es tan difícil de dejar de tomar y causa tan graves trastornos cuando se está en terapia de desintoxicación alcohólica.

Si bien el tema de las bebidas alcohólicas para los diabéticos constituye un punto de fuerte controversia entre médicos, nutriólogos y educadores en diabetes, pues no se ponen del todo de acuerdo si los diabéticos debiéramos considerar beber cotidianamente una cantidad determinada o si por el contrario abstenernos del todo, claro permitiendo un pequeño sorbo muy de vez en cuando, parece ser que pudiera haber un pequeño rango donde sería bueno, terapéuticamente hablando, consumir de forma regular alguna cantidad de alcohol en forma de bebida.

Si bien la moneda esta en el aire, he aquí algunos de los hallazgos más recientes y que abren prometedoras posibilidades para quienes disfrutamos del alcohol sin excedernos y que como diabéticos veíamos casi como un pasado irrecuperable volver a un disfrute mas allá del “pero sólo un sorbo y eso porque es navidad”. Esto más que nada por el riesgo coronario aumentado que tenemos por el simple hecho de ser diabéticos, además de los problemas de cómo metabolizamos el alcohol.

La mayoría de los estudios apuntan hacia el hallazgo de que un consumo “moderado” ayuda a prevenir efectos adversos y que incluso tiene resultados benéficos sobre –casualmente-, la enfermedad coronaria. Pero ¿Cuánto es moderado?, si bien éste es un concepto subjetivo, al parecer se refiere a dos copas de tamaño estándar al día (algo así como copa de vino llena a la mitad, o un tarro de cerveza o un caballito de tequila), que es bastante alcohol, especialmente para quien no acostumbra a consumirlo de manera regular.

Así que a la pregunta de ¿un digestivo? Típica de los restaurantes, refiriéndose a un licor para el final de la comida, la respuesta bien puede ser un sí.

Los riesgos de la bebida son, de ligero a moderado:

Establecidos
Alcoholismo

No confirmados
Cáncer mamario
Daño fetal

Poco probable
Cáncer intestinal
Accidente cerebral vascular hemorrágico
Presión alta

Los beneficios:

Probables
Riesgo disminuido de enfermedad coronaria del corazón
Riesgo disminuido de accidente vascular cerebral isquémico
Riesgo disminuido recálculos biliares

Posibles
Riesgo disminuido de diabetes
Riesgo disminuido de de enfermedad vascular periférica

Como conclusión, ¡los diabéticos tipo dos, pudimos haber disminuido nuestras posibilidades de serlo con un poco de alcohol diario en la dieta!, es más, urge que sigan investigando y un poco de alcohol pueda ser parte del tratamiento para vivir con la diabetes, sumado al ejercicio, la dieta y los hipoglucemiantes.

Aquí dejo la reflexión, pero recuerden, nunca se automediquen –y en este caso el alcohol caería en la categoría-, mejor vean a su médico e infórmense bien antes de tomar decisiones que puedan atentar contra la propia salud. Así pues, me despido diciéndoles SALUD!

¿Comer menos para vivir más?


Hoy compré el número especial de la revista Scientific American cuyo tema es la alimentación, es más, se intitula “eating to live” –algo así como comer para vivir y lo interesante es que resume en un número de la revista todo lo que la ciencia moderna ha encontrado sobre la alimentación humana desde nuestro más lejano pasado hasta los humanos muy modernos (algo así como desde el principio de la historia como la conocemos, hasta la actualidad), incluyendo la famosa nueva pirámide alimentaria.

De las cosas más interesantes que me he encontrado –apenas estoy comenzando a leerla-, es un artículo acerca de la privación del alimento y la longevidad. En dicho artículo la revista menciona un concepto que no es nuevo, es más, ya había leído aunque no recuerdo el número preciso de la revista, sobre el tema. El concepto que manejan es que se encontró que en ratas de laboratorio que eran sometidas a restricción severa de alimento, una vida más larga que otras que eran alimentadas de forma normal o incluso a las sobrealimentadas. Esto por supuesto llamó la atención de los investigadores y, al parecer en esta entrega, resumen una serie de investigaciones que se han venido desarrollando a raíz de tal concepto.

Parte de los hallazgos más interesantes es que la restricción calórica, además de ampliar el tiempo de vida medio de estos pequeños mamíferos, desarrolla cuerpos más sanos menos propensos a enfermedades relacionadas con el envejecimiento –diabetes incluida- y algunos tipos de cáncer. Ahora el siguiente paso de los investigadores es encontrar si esto funciona para otros mamíferos, el mismísimo homo sapiens incluido.

Así pues, se han comenzado estudios con monos que son altamente prometedores y si pudiera funcionar para humanos, aparte de encontrar una fórmula para aumentar la esperanza de vida, también se espera que venga una vejez menos complicada en cuanto a salud se refiere. Es más, si resulta el concepto aplicable a la gente, se les podría enseñar a las nuevas generaciones a comer menos para vivir más años y casi sin problemas de salud. Ni que decir que la diabetes tipo dos sería erradicada con este esquema de alimentación.

Un problema potencial, que las generaciones de ratas flacas y longevas resultaron también con una mucho menor talla. Chaparritos pero sanos y viviendo muchos años, sería el posible futuro. Pero tanta belleza de futuro deberá esperar hasta después del puente Guadalupe - Reyes.

sábado, 16 de diciembre de 2006

Ya llegaron las posadas


Pues sí, hoy inauguramos la primera posada de la temporada y de acuerdo con la mexicana tradición que corresponde a estas fechas, cada quién tendrá sus múltiples compromisos para la pachanga y cotorreo del ciclo anual que hoy comienza y culmina el veinticuatro con la cena de Noche Buena.

Aparte de lo que significa desde el punto de vista religioso en este país católico, apostólico y guadalupano, las posadas modernas, -no necesariamente ligadas a la tradición religiosa-, han cambiado radicalmente, pero sin perder el sentido del pretexto ideal para la fiesta y, el exceso en el beber y el comer. En estas ocasiones – nueve días sin contar aquellos en que se nos juntan más de dos compromisos-, aparte de mucho alcohol, un poco de comida –si es que alguna encontramos-, y mucha, pero mucha música de moda –no falta el punchis-punchis y otras-, hasta atarantarte. O sea, el concepto de una posada moderna.

¿Alguien se acuerda de esas tradicionales posadas en la época de los abuelos –y me atrevería a pensar que hay gente relativamente joven que no tuvo oportunidad de vivirlas pues ya son algo así como piezas de museo-, en que antes que nada había que pedir posada, con todo y los cantitos –letanía, pues para los puristas del lenguaje y las tradiciones-, la procesión previa cargando a los peregrinos, la o –dependiendo de la capacidad monetaria de los anfitriones-, piñatas, la colación, el ponche con piquete y, al final de todo esto, la tertulia con la merienda acompañada de buñuelos con chocolate caliente y si la familia era muy, pero muy liberal, algo de baile de los jóvenes bajo la siempre vigilante mirada de las mamás.

Que tiempos aquellos. Hoy ya prácticamente no queda mucho de esa tradición y la gente joven se niega rotundamente a “hacer los panchos que la tradición dicta”. Pero los componentes que permanecen de estas fiestas son, encontrar un espacio para la celebración festiva, el baile y el abundante beber y el mejor comer; ah, y por supuesto, hasta altas horas de la noche.

Después de esta aburridísima disquisición sobre la tradición navideña, habrá quien se pregunte, y, ¿eso que tiene que ver con los diabéticos?, ¿acaso los diabéticos NO deben de disfrutar de estas fechas?, ¿el ser diabético me cancela mis oportunidades de canto baile y diversión?.

La verdad es que después de una prolongada y sesuda sesión de meditación que me llevó largísimos tres segundos, me respondo las preguntas que –curiosamente-, yo mismo me planteo.

Primero que nada, me respondo que nada ni nadie que no sea yo mismo, me puede cancelar o condicionar mi derecho a participar en todas las celebraciones de la temporada y que por supuesto, el ser diabético no me convierte en paria social y que no hay razón para que me aísle o margine por tan pequeño detalle como una diabetes. Lo que sí debo hacer, es conciencia de que como diabético, lo que tengo que hacer es, simplemente poner más atención de lo que mi cuerpo requiere y cumplir con unas cuantas “normas de seguridad”, para poder disfrutar plenamente.
Así pues, analizo que puedo hacer para no privarme del disfrute de estas fechas y, por supuesto, evitar causarme un daño posible si no cumplo con dichas precauciones. Primero que nada, está el cuidado de largo plazo; es decir, que si me he mantenido controlado en mis glucemias, estoy realizando mi programa de ejercicios, llevo bien ajustados mis medicamentos y no presento ninguna complicación por descontrol, ya tengo el noventa por ciento del disfrute garantizado, pues esto quiere decir que si de repente me paso un poquitín, no me hará realmente daño. Ya establecido en el control, debo cuidar que lo que coma o beba, no sean una sobrecarga a mi sistema y tratar de compensar mis equivalentes alimenticios para poder mantener un estado no muy alejado del equilibrio ideal (es decir, no descontrolarme mal plan).

Así pues y siempre y cuando no tenga ninguna restricción seria derivada de la vida con diabetes, podré tomarme un o dos copas de alcohol –por favor, eviten las mezclas dulces-, vino tinto sería una buena elección o un licor sin mezclar. Procurar nunca beber alcohol con el estómago vacío o con más de tres horas del último alimento, disminuir las grasas que ingiero si es que tomo alcohol y no olvidar la fibra dietética –sí, las verduras, a ellas me refiero, siempre nos ayudarán a controlar el llamado índice glucémico- y si en la fiesta (posada, pues), hay bailongo, hay que mover el bote, participar pues es un magnífico ejercicio y nunca está de más practicarlo.

Una nota de atención para los diabéticos tipo 1, es importante controlar la insulina, el alimento y, si bailan, no olvidar que pudiera sobrevenir una hipoglucemia por el ejercicio y portar siempre una fuente de azúcares directos (caramelos, pastillas de glucagón, etc.), en caso de requerirse. Ah, y lo más importante, si van con los cuates, que sepan qué hacer en caso de crisis para que nos apoyen si llegara a presentarse –esperamos que no.

Como reflexión final, el apuntarse voluntario como conductor designado es un buen pretexto para evitar caer en la tentación de las bebidas alcohólicas y si bien no se trata de ser el “siempre sacrificado wei que nunca bebe, de vez en cuando es una muy buena forma de evitar el alcohol sin parecer el ñoño del grupo.

Por de mientras sale la siguiente reflexión, mi deseo es que se diviertan y disfruten este período.



jueves, 14 de diciembre de 2006

Los alimentos Light y los diabéticos





Hoy abro la reflexión del día con el tema de los productos light y su posible aprovechamiento para diabéticos así como un análisis del daño que pueden causar.

Tratar este asunto si bien es relativamente sencillo, pues podemos dejarlo en definir qué hae que un alimento sea light, hasta tratar el tema del uso y abuso de su consumo.

Así que analicemos qué son y por qué se llaman así los productos light. Tratando de hacer una definición mas o menos actual, podremos decir que se trata de un producto –procesado, obviamente-, en la que ha sido modificado de tal manera, que su contenido energético, medido en calorías o en joules –por cierto, esta ultima unidad es la correcta-, resulta por lo menos un 30%, menor en contenido energético cuando se le compara con el alimento original o de referencia. Para lograrlo se recurre a una o varias de las siguientes técnicas: menor cantidad o porcentaje de un componente específico en el producto o la sustitución de un componente –ya sea azúcar o grasa-, por otros productos con características similares, pero de menor contenido calórico.
Aunque actualmente la “moda” casi obliga a estar esqueléticos y esto ha producido un incremento desmedido en la demanda de productos light, no todo mundo debiera de consumirlos. Sin embargo y, a pesar de que pagan precios e impuestos mayores por ser considerados “artículos de lujo”, los diabéticos debemos de aceptar que gracias o lamentablemente por, las leyes de oferta y demanda, a pesar de que dichos productos cuesten MUCHO más caros que sus contrapartes de peso completo, si no fuera por la demanda impulsada por la moda, no habría tal cantidad ni variedad de productos light y, para colmo, probablemente los precios serían mucho mayores –a pesar de que no estuvieran gravados por el “impuesto ostentoso”, simplemente por el precario tamaño de mercado que seríamos los diabéticos contra el grueso de la población que los demanda.
Sin embargo, quienes gozan de buena salud no los requieren y en su caso ni siquiera se justifica su consumo, ya que están privando a su organismo de nutrientes necesarios. Éstos se justifican en casos donde por razones de salud se requiere limitar el aporte energético de la alimentación o la cantidad de grasas y/o azúcares.
Quizás el problema mayor de los productos light sea no de contenido, formulación o si hacen daño, sino la percepción que la palabreja produce en nuestro inconsciente, dándole valor o cualidades que no poseen. EL que en la etiqueta aparezca el término light –que en inglés quiere decir, ligero-, o los términos “sin azúcar añadido”, “bajo en grasas” o conceptos parecidos, NO significa que sean para adelgazar, ya que si su aporte energético es menor que el alimento similar normal, de todas maneras contienen cantidades significativas de azúcares y grasas que van a parar al organismo y, por supuesto se matabolizan en energía.
Precisamente el primer error es que al sustituir el producto normal por el light, el error más común es aumentar la cantidad que consumimos. “Al fin y al cabo que tiene cero calorías” –otra falacia. El problema es que pensando que “no engordan”, el consumo se multiplica y las calorías, que siguen ahí, van a parar en forma de grasa acumulada a pesar de lo light. Como ejemplo, la mayonesa puede darnos una idea muy clara del concepto. Si tenemos una mayonesa “normal” y medimos una cucharada sopera (15 gr., aprox.), ésta nos aporta alrededor de 100 calorías y unos 10 gr. de grasa. Poe el lado de lo “light”, la misma ración tendrá aproximadamente la mitad de calorías y grasas, por lo que aumentar la cantidad, finalmente elimina el buscado efecto “reductor” del producto light. Lo light no es magia y por ello la recomendación en estos casos es leer las etiquetas con atención y cuidado, procurando estar seguros que entendemos con claridad lo que los fabricantes tratan de decirnos –nos dirán lo negativo de manera disfrazada pues a ninguno le conviene soltar las verdades así nomás, si anestesia, pues se arriesgarían a perder mercado-, y actuar con cautela. De nuevo, lo light lo podemos consumir en pequeñas cantidades y cuando la nostalgia por lo natural nos llegue o, cuando ya no podamos consumir lo natural por necesidad de disminuir el consumo de azúcares y grasas saturadas, principalmente.
Los diabéticos debemos consumir de forma regular lácteos –queso, yogurt, leche-, que si bien deben ser light, también aporten nutrientes naturales sin las grasas saturadas; otros productos, en términos generales, son de consumo opcional y son básicamente para consentirnos tomando dulces, pasteles, refrescos, helados, etc. sin pasar por hiperglucemias ni que nos lleguen a hacer daño, como lo haría el producto original con el contenido total energético.
Como reflexión final al tema light, añadiré que los productos light –especialmente los endulzados con Aspartame-, no representan un riesgo a la salud, a menos que, claro está, abusemos en su consumo. Todo exceso es malo, ya sea que se trate en exceso de comer o de privarse del alimento, nos puede dañar seriamente. El ejemplo final y que aclara este asunto es el del agua. Sí, el agua. Hasta la necesaria agua, ingerida en exceso, puede llegar a ser mortal, caso común en los ahogados.

lunes, 11 de diciembre de 2006

Comer, o no comer… he ahí el dilema.




Hoy amanecí con un poco de ánimo filosófico y ya que el pretexto de este mes es la comida y el dolor de ya no comer como solíamos hacerlo aquellos espíritus tragones, es especialmente agudo en estas fechas en que se nos junta la nostalgia con la dieta. Como dicen en el rancho, Ora que hay pa’carne, es vigilia. Pero ni modo, hay que seguir adelante.

Pero lo realmente filosófico me lo provocó un recuerdo sobre un programa de televisión que salió al aire hace como un año, no precisamente un recuerdo fresco, pero sí anecdótico.

El hecho al que me refiero, surgió durante la transmisión en vivo de un programa de “Diálogos en Confianza” del canal 11 de televisión; fue uno dedicado especialmente a la diabetes mellitus. La referencia bizarra la generó un especialista invitado por la producción del programa, quien en su carácter de médico declaró ufano “los diabéticos pueden comer de todo, siempre y cuando hagan mucho ejercicio”. Declaración que en ese momento me movió el tapete pues contradecía todo lo que me indicaban en el Instituto Nacional de Nutrición sobre la correcta alimentación de un diabético, así que no le puse mucha mayor atención al asunto, hasta esta mañana en que meditaba qué podría escribir para hoy.

Casualmente en la entrega anterior y otras también, escribía sobre la importancia del equilibrio entre lo que se come y su contenido energético y lo que se consume en calorías, que básicamente debe ser lo mismo. A la luz de tal razonamiento, la frase del doctor de la tele suena no solamente lógica sino digna de ser el nuevo himno de los diabéticos: “como lo que quiero y me muevo todo lo que puedo”, cantado con fanfarrias de la marcha de Zacatecas. Aquí es donde entra el espíritu filosófico y me instalo en preguntón lanzando el reto a quien quiera contestar las preguntas que surgen de tal par de postulados: El equilibrio y la libertad (o ausencia de restricciones), al momento de comer.

Pero, ¿todo aquello que suena lógico es correcto?, acaso el intelecto es infalible y con el solo poder de la razón podemos llegar a declarar verdades incontrovertibles?. Bueno, si eso fuera verdad, los griegos antiguos jamás hubieran inventado los complicados sofismas, hijos malogrados del silogismo, forma máxima del razonamiento lógico de la época. Así que algunas cuantas preguntas que surgen al respecto –en realidad surgen mucho más, pero se guardan en beneficio de la brevedad-, son:

Si un diabético puede comer de todo y solamente controlarse con ejercicio, ¿no debiera ser la terapéutica Universal para tratar a los diabéticos el comer sin restricción, haciendo mucho, pero mucho ejercicio? ¿Son acaso un mito los cuatro grupos de alimentos? ¿No importa si como únicamente helado de fresa –si eso es lo que más me gusta-, como única fuente de alimentación, siempre y cuando lo combine con ejercicio? Si cuando como lo que quiero, ¿eso que quiero debo considerarlo tanto en calidad como en cantidad? ¿Hay un equivalente nutricional que me diga cuantas sentadillas, lagartijas, abdominales o brincos de la reata corresponden a una orden de tostadas de pata, o una Big Mac -malteada de chocolate y Sundae de caramelo incluidos? ¿Si por la misma diabetes ya tengo desarrolladas, digamos una neuropatía o una Nefropatía o pie de diabético (que por cierto limitan nuestra capacidad para realizar esfuerzo físico), significa que tengo que dejar de comer?

Las anteriores preguntas las planteo sin dejar de lado las interrogantes serias, de base científica que surgen al meditar el asunto. Es decir, ¿por qué poner a dieta a un diabético si el ejercicio sería la solución terapéutica?, pregunta extremadamente válida, cuya respuesta abre un sinfín de interrogantes que la ciencia ya nos ha puesto sobre la mesa. Por ejemplo, ya se ha establecido que la insulina no solo regula el mecanismo de absorción de la glucosa a las células, sino que interviene activamente en el mecanismo regulador de las grasas del organismo, las famosas lipoproteínas LDL y HDL colesterol y los triglicéridos y, que al fallar el normal aprovechamiento o la producción de insulina, se desordenan, también las grasas. Es decir, que si no ayudamos al organismo disminuyendo la cantidad de azúcares directos y grasas saturadas que comemos, éstas ya no pueden regularse automáticamente y enfrentamos las dolorosas consecuencias del descontrol. Así que, ¿comer de todo?, lamentablemente ya no. Sin embargo podríamos decir –repitiéndonos sin que nos de pena-, que una forma de controlarnos es: comer inteligentemente, de “CASI” todo, hacer ejercicio aeróbico una hora diaria por lo menos unas cuatro veces a la semana, llevar una disciplina en los medicamentos y mantenernos monitoreados médicamente.

Una vez más, que triste es tener que desoír a quien nos dice aquello tan bello (pero falso), que coincide con nuestros más desesperados anhelos y, en nuestro caso –diabéticos-, el anhelo de poder comer de todo.

viernes, 8 de diciembre de 2006

La comida Mexicana ¿Es tan mala?



Reflexionando sobre el comentario de Ceci acerca del daño que –ahora dicen-, hace la comida mexicana, se me ocurre hacer algunas consideraciones al respecto.

Primero, considerar qué es y para qué es la comida. La comida es la fuente de energía que usa nuestro organismo para realizar TODAS sus funciones. Esto es, el funcionamiento diario, además de la fabricación de material de construcción de células y la reposición de toda la materia orgánica que el cuerpo necesita para funcionar.

Así es, el único aporte de materias primas y de energéticos que nuestro cuerpo recibe, proviene de la comida. La forma en que la aprovechamos, básicamente, es cuando nuestro sistema digestivo convierte casi todo lo que comemos en un azúcar simple, fácil de oxidar (o sea hacerla reaccionar con oxígeno para extraerle su energía, transformándola en bióxido de carbono y agua, lo que convierte a los seres vivos en las máquinas de combustión más eficientes y menos contaminantes del mundo). Dicho combustible mágico se llama glucosa y nuestro cuerpo es capaz de obtenerlo de las frutas, verduras, grasas y las proteínas. El resto de los nutrientes son las vitaminas y los minerales que se van agregando al paquete. Las grasas y las proteínas que no se transforman en glucosa se convierten en tejido muscular o, en células adiposas como depósitos de energía –algo así como las baterías del conejito-, proveniente de la grasa.

Cuando nuestra cantidad de alimento es igual a nuestro consumo de energía, existe la condición de equilibrio; nada se pierde, nada se gana, especialmente en cuanto a peso se refiere, no importa la cantidad que comamos, siempre y cuando hagamos el respectivo consumo de ésta.

Esta profunda –y sesuda reflexión-, nos lleva de regreso a la comida mexicana. Si analizamos detenidamente este tipo de comida, digamos un pozole, encontramos que tiene prácticamente todos los grupos alimenticios. Tiene carne de puerco (baja en grasas saturadas y colesterol), granos de maíz pozolero –obviamente-, que aporta energía en forma de almidón (como dato curioso, cada molécula de almidón está formada por dos moléculas de glucosa), verdura en los rábanos, la cebolla y la lechuga –y las vitaminas y la fibra que ésta aporta-, y los sazones adicionales como el orégano, el chile piquín y el jugo de limón. La grasa viene incluida con las tostadas. Excepto el azúcar de la fruta (fructuosa), todos los demás nutrientes requeridos en una comida completa, están presentes. Eso se resuelve con un buen plato de fruta que puede ser fresca (¿qué tal una buena rebanada de sandía? o unas frutas glaseadas como por ejemplo unos higos?, pero por supuesto en una mucho menor cantidad).

Con ese mismo criterio podremos analizar otras delicias de la cocina mexicana y revisar, entre muchos otros, las carnitas, la barbacoa, los sopes, los tlacoyos, tacos, tortas, tostadas, tamales y …, en fin, toda la llamada vitamina T. La sorpresa, seguramente, sería que después de todo la comida mexicana no es tan mala como en la actualidad se le quiere hacer parecer.

Bueno, si ya exoneramos a la comida mexicana, ¿por qué los mexicanos somos chaparritos, gorditos y grasositos? Bueno, parece ser que un factor sería la comida que es un poco cargada hacia las grasas , pero la otra dimensión del problema no es la comida sino nuestro estilo de vida. Un estilo de vida que en el lapso de unas pocas generaciones, abandonó el espíritu nómada y el cotidiano esfuerzo físico para instalarse cómodamente en el sedentarismo y la ociosidad. Cambiamos el sudor de la frente por el engrane lubricado con aceite multigrado. ¿El resultado? Se perdió el equilibrio pues seguimos comiendo como antes o incluso más, pero casi sin movernos. La explicación científica a esta cuestión descansa en el concepto que la energía de más que le aportamos a nuestros cuerpos, al no ser requerida, se almacena –el organismo no está diseñado para eliminarla en forma de calor u otra forma y su única opción es acumularla-.

La única y por cierto muy eficiente forma de hacerlo es transformar toda esa energía sobrante en materia que pueda ser fácilmente reconvertida en energía el día que se necesite y esa forma es: … ¡Adivinaste!, grasa acumulada en las células grasas (adipocitos), y que nos dan las famosas figuras de pera o manzana a las mujeres y hombres, respectívamente.

Conclusión: La comida mexicana –y casi ningún tipo de comida-, es intrínsecamente mala, lo malo está en la cantidad que comemos y la cantidad de energía que consumimos. El equilibrio, de nuevo, es la clave.





jueves, 7 de diciembre de 2006

Y tu que te creías...


Hoy me tocó consulta de dieta en el Instituto Nacional de Nutrición y con la consulta me llegó un fuerte jalón de orejas pues no estoy cumpliendo con mi nuevo esquema del plan de alimentación. Aunque mi caso es por comer menos de lo que me toca –razón que apunta a ser la culpable que esté bajando de peso de manera irremisible-, el jalón de orejas dolió por que descubrí que no estoy logrando cumplir con lo que tanto predico en este sitio y que es alcanzar un equilibrio entre el requerimiento y el consumo calórico.

Debo primero que nada lanzar una nota de felicitación a todo el personal de dicho instituto con quienes me ha tocado interactuar pues, desde que me recibieron por allá del 2000 en calidad de casi fiambre como diabético descontrolado, con episodios de hipoglucemias en conjunto con hiperglucemias (picos de glucosa), severos, con un leve daño renal y una retinopatía en formación, me cobijaron y a base de buena atención médica, de una dieta muy completa bien balanceada y apoyo psicológico, me ayudaron a ser lo que se podría llamar un diabético razonablemente bien controlado. Claro que si hay alguien que no opine igual que yo de esta institución, puede escribirlo con libertad en este sitio, pero aquí aplica la regla de que cada quién habla de la feria … Sí, ya lo se, nadie es perfecto, pero en mi caso y promediando aciertos y fallas, diré que me ha ido bastante bien.

Pero… ya que toqué el asunto del regaño, parece ser que el asunto gira alrededor de la comida y, por lo tanto, entra al conjunto de reflexiones que son algo así como el tema principal de este ciclo de celebraciones con mucha comida. ¿Por qué digo que parece ser?, pues verán mis queridos y asiduos fans –haciendo una línea ordenada para recibir autógrafos, por favor-, pues resulta que después de casi seis años de llevar mi dieta de diabético –la verdad que aunque correcto, ese terminajo suena horrible-, sin alguna razón aparente comencé a bajar de peso. Cinco kilos en un plazo de unos cuatro meses para alguien que pesa 72, es algo no deseable, especialmente si esos 72 kilos están en el rango de lo “normal”, por lo que, lleno de pánico en el costal de las angustias, me fui de volada a pedir se me revisara el origen del problema. Después de la inevitable entrevista con el vampiro y las siempre incómodas recolecciones de materia orgánica que nuestro organismo no desea conservar, llegaron los resultados y la consulta médica de evaluación donde no quedó un milímetro de mi penosa anatomía que no fuera minuciosamente examinado.

La buena noticia es que los resultados son sorprendentemente buenos para un diabético y, si no fuera por ese pequeño detalle de ser diabético, podría presumir de estar sano. Sin embargo sigo bajando de peso. ¿La mala noticia?, parece ser que no hay una mala noticia en sí, excepto que si no quiero arriesgar mi integridad a largo plazo, debo de comer correctamente y alcanzar el tan deseado y difícil de lograr, equilibrio.

Me queda pues de tarea comer más abundante en estas fechas, lo que no quiere decir que pueda comer libre e indiscriminadamente, pero sí procurar consumir mi requerimiento calórico diario y, si me paso un poquitín, no me hará daño; así que angustias y obsesiones aparte, procuraré comer más de lo que actualmente me permito y trataré de disfrutar, sin culpas estas fiestas navideñas.

Y sigue la mata dando y la dieta pesando

Siempre que hay cenas especiales como las de estas fechas ya sea si comemos fuera -léase restaurante o fonda- o en una casa donde no tengamos control o conocimiento de cómo se cocina y cuáles y cuántos ingredientes se usaron para cocinar, debemos ser cuidadosos y pensar lo peor –para nosotros, claro, no para quien da el sazón-, y lo peor sería que hayan usado grasas saturadas para cocinar (manteca, mantequilla, etc), que los postres y ponches lleven extra azúcar y las bebidas alcohol, aparte del que –obligatoriamente-, acompaña los platillos que degustamos. Razón suficiente para ser cautelosos. Esos sazones y aderezos nos pueden colocar en el camino de la perdición o, como dirían las abuelas de antaño, pecando de gula.

En este espacio, la idea no es censurar o regañar a nadie por romper su “dieta”, sino alentar a que sin salirnos de control, podamos disfrutar de las delicias navideñas sin sobrepasarnos y mucho menos, sentirnos culpables. Así que si, por ejemplo, estoy fuera de control, no habrá nada ni nadie que pueda decir o hacer nada para que me ponga en orden, sea cual sea la época del año. Por otro lado, si estoy controlado, sigo mi plan de dieta, hago ejercicio y mis niveles de glucosa en sangre están dentro de los niveles adecuados, podré comer “un poco más en una o dos reuniones –Navidad y año nuevo están a una semana de distancia, lo cual ayuda-, sin que realmente me cause un daño permanente. Especialmente si al final de cada cena continúo disciplinadamente siguiendo mi plan de dieta, nada malo pasará.

Por supuesto, nada sustituye un buen criterio y una buena dosis de sentido común. Es decir, si pienso probar aquello que me fascina, lo haré en porciones pequeñas, sin olvidar procurar acompañar los alimentos con una buena dosis de hierbas (la dieta del conejo, jeje) y tratando de no dejar un programa de ejercicios –aeróbicos de preferencia-, a pesar de la flojera que las fiestas nos dejan.

Por cierto, en un comentario a la entrada del lunes, CECI nos hace la observación en forma de una muy válida duda preguntándose qué pasó con la muy mexicana Dieta T (tacos, tortas, etc.) y la actual percepción de que son peligrosos y lo único sano que nos queda para comer son algunas verduras y aún menos frutas. La verdad es que en un afán por perseguir la salud, muchas corrientes de la alimentación han condenado indiscriminadamente como pésimos, muchos alimentos que no necesariamente lo son. La gastronomía mexicana, de manera especial, es rica y equilibrada en variedad de nutrientes. ¿Que ahora hace daño?, no por la comida en sí, sino por la combinación de otra serie de factores que, si no se toman en cuenta, volvemos la vista a culpar de todo solo a la comida.

Ello abre una ventana adicional al tema de las fiestas navideñas, ya que muchos de nuestros tradicionales platillos integran –dependiendo de diversas tradiciones familiares-, la gran variedad de platillos disponibles al alcance de nuestro antojo. Entre ellos, los deliciosos romeritos, pozole, pollo en mole, el ponche de las posadas y, al final del ciclo, los deseados y esperados tamales, entre otros.

El secreto está en el equilibrio. Es decir, no darle al cuerpo ni más ni menos de lo que necesita en materia de energía. Es la misma chamba de los equilibristas; si te inclinas de un lado un poco de más, te caes y te duele. La tarea requiere práctica. Hasta aquí por hoy

lunes, 4 de diciembre de 2006

Esa dieta!!! ¿Qué hago con ella?

Luego de un merecido –bueno, según quién, claro-, descanso de dominguito para dedicarlo a convivir con la familia y otros menesteres lejos de la red, me apoltrono frente a mi matraca (léase Notebook), y, respirando hondo, conecto la ardilla y reinicio la semana.

Tomando de nuevo el tema de las fiestas de fin de año y el peligro del descontrol ante las suculentas tentaciones, veremos algunos puntos que podrán hacernos conciencia de cómo atravesar por este campo minado haciendo que, de cierta manera, trabaje a nuestro favor.

Primero que nada, la palabra clave es DIETA. Es verdad que aunque el término dieta –que por cierto, proviene del griego diaita-, es el correcto para definir un régimen alimenticio adaptado a las necesidades específicas de una persona, restringiendo unos alimentos o incluyendo otros, ahora parece una palabra de horror por esa connotación que actualmente ha adquirido como una forma de morirse de hambre o tener que comer –y siempre muy poquito-, una serie de cosas que seguro o no nos gustan o por ser la única opción y carecer de variedad, terminan asqueándonos al grado de no querer volver a probarlas.

Afrontémoslo, los diabéticos ya NO podemos comer de todo y ni todo lo que queramos, debemos cuidar lo que comemos en cantidad y calidad y es por eso que al sentirnos privados de las delicias navideñas y festejos aledaños, que nos percibimos marginados, agredidos y proclives a dejarnos caer en la tentación de olvidar la dieta y entrarle a todos los platillos que se nos ofrezcan sin medida ni control. Sin embargo, lo más importante para nosotros es que la dieta en nuestro mejor sentido, es una forma de comer adecuada y sanamente equilibrando nutrientes correctos y completos junto con la cantidad adecuada para nuestra condición, además que, por mucho que se parezcan nuestras dietas, son o deben ser, diseñadas de acuerdo a nuestras necesidades específicas. Pero claro, no deja de ser difícil transitar el puente Guadalupe – Reyes.

Sin embargo, si hacemos la tarea y ponemos un poco de cuidado al seleccionar qué comer y que es mejor dejar de lado, nos irá mucho mejor. No debemos olvidar el ya familiar precepto de “contar, medir y pesar”. Contar las porciones que de harinas o equivalentes comemos, medir el tamaño de las porciones (tazas, cucharaditas, etc.) y pesar, si es que se puede hacer en el lugar en que estemos, para aquellos alimentos que vayamos a comer.

Por hoy hasta aquí y mañana seguiremos con el tema.

sábado, 2 de diciembre de 2006

Arranca diciembre y ya casi las fiestas

La entrada de hoy pretende ir comenzando con los consejos de la temporada navideña, poniendo énfasis en lo que debo hacer y aquello que no debo hacer. Suena fácil, sin embargo no lo es.

Los diabéticos, al igual que el resto de la gente no diabética, estamos más que concientes que “aquello que está prohibido o restringido, es lo más atractivo”. Baste con repasar algunos de los 10 mandamientos y veremos que la mayoría –de hecho, siete de diez, o sea el 70%-, comienza con un ominoso NO… (No tomarás el nombre de Dios en vano, No matarás, No cometerás actos impuros, No robarás, No levantarás falsos testimonios ni mentirás, No consentirás pensamientos ni deseos impuros y, No codiciarás los bienes ajenos). Vaya, pues resulta que la conducta humana parece dedicarse con empeño a ceder a la tentación de hacer lo contrario que lo prohibido por los mandamientos y es por ello que socialmente tenemos tantos conflictos.

Pero el gran NO para los diabéticos es, además de los anteriores, sobre la comida. No comerás, parece decir la nueva condición y ello, al parecer, incluye todo lo que es sabroso y digno de ser probado por nuestros delicados paladares. Qué dolor perder la posibilidad de comer rico dirán algunos. Bueno, la verdad es que si pensamos así, es que tenemos que revisar nuestra información al respecto de la comida y cómo nos afecta de acuerdo a las cantidades que ingerimos y la calidad (los ingredientes que la componen), de ésta.

Podríamos recomponer este mandamiento de la comida de la siguiente manera: Sí comerás, siempre y cuando cumplas con una serie consideraciones que te permitan hacerlo adecuadamente. Y sí, me refiero a que como diabético puedes –podemos-, comer prácticamente de todo, siempre y cuando cumplamos con algunas medidas de prevención y control.

Lo primero que tenemos que considerar es que hay a lo largo de estas fiestas muchas tentaciones irresistibles que fuerzan hasta su límite nuestra capacidad de resistirlas. No se ustedes amables lectores, pero en mi caso las galletas de temporada navideña y los postres a base de chocolate se convierten en mi Talón de Aquiles y es donde mi fuerza flaquea de lo lindo. A veces siento que es imposible el decirle que no a un buen atracón de postres y eso la verdad duele. No con dolor físico, sino con esa sensación de pérdida que da el sentir ese “pues sí, pero ya no puedo comerlos…”. Pero la verdad es que hay formas de poder probar esas delicias sin descontrolarnos y sentirnos incluidos en la celebración y no como los arrinconados del gran comedor.

Primero que nada, debemos tener presente aquello que muchos parecen haber olvidado de estas fechas: Es un tiempo de revaluar nuestras relaciones con la familia, los amigos y no es un tiempo para parrandear o para rellenarnos. Es el pavo, no nosotros quien debe ir relleno. Por eso, consideremos que lo esencial son las relaciones humanas y no la comida. Son las personas y no los platillos lo más importante de estas fechas. Una vez que captamos esto, el asunto de la comida ya no pesa tanto en nuestra mente y podemos dedicar con mayor serenidad un espacio para disfrutar las fiestas con cuidado y sin excedernos.

Mañana comenzaremos con consejos prácticos de qué podemos hacer y que podemos evitar para disfrutar plenamente y probar –sin excedernos, por supuesto-, de todo aquello que nos gusta y que, además, solo aparece una vez al año, razón más que suficiente para que nuestro inconsciente nos grite ¡Atáscate ahora!

Temporada navideña

Hasta hoy estrenamos diciembre -el día primero lo dediqué a adornar la casa al estilo más barroco-navideño posible y a decorar el arbolito y esas otras cursilerías que la temporada exige-, y sin mayor preámbulo entramos al tema de este mes que es para los diabéticos -además de otras fechas en el año que nos impulsan a comer en exceso-, un período lleno de tentaciones difíciles de resistir, pues se distingue por contener el número más concentrado de oportunidades para acumular glucosa en el torrente sanguíneo y Kilocalorías en el tejido adiposo. Por supuesto, concentra también las mejores oportunidades de poner a prueba la más sólida de las voluntades y, si sucumbimos a la moda y oportunidades de excedernos en el comer y beber, un periódo de alto reiesgo para nuestra salud.

¿Quién puede resistir comer los suculentos manjares que sirven en esas super bien surtidas comidas y cenas navideñas?. ¿Quién no tiene por lo menos un compromiso o dos, o tres o ... de aquí al 12 de diciembre, previo al arranque del período vacacional en escuelas y oficinas públicas?. Luego, por supuesto, vienen las posadas, que no faltará quién aprovechando el fin de semana que corre del 19 al 21 tenga incluso más posadas el mismo día que capacidad para atenderlas todas. Posadas que estarán llenas de comida, bebida (alcohólica, por supuesto), desveladas y la parranda y cotorreo.

Al finalizar las posadas, nos enfrentamos a las visitas a casa de los amigos y familiares con los que no cenaremos el 24, para brindar con ellos y botanear suculéntamente. Luego, la cena que por tradición es la más multitudinaria y más abundante de TODO el año, la cena de Noche Buena. Sabemos lo que esto implica en nuestras familias y aunque varía de casa en casa, seguro que hay de dos a cuatro platos principales para atiborrarse a gusto y sin medida. El 25 ...., bueno... el recalentado siempre es más sabroso y no podemos dejarlo pasar, además de lo que nos llevamos de itacate para las tortas de la semana.

Todo perfecto, pero ¿es todo?, no, para nada!!!! falta la cena de fin de año y la juerga continuada con los amigos hasta bien entrada la mañana del día primero -ya se nos acabó diciembre, pero no las fiestas, ajúa, queda una más. Sí amigas y amigos, no podemos dar por concluido el puente Guadalupe - Reyes hasta no haber dado debida cuenta de una (o varias muchas), buena porción de la Rosca de Reyes, de las que de seguro habremos de acumular muchos muñequitos -que siempre esperamos sea otro quien se lo saque-, y el consabido compromiso para los tamales de la Candelaria después de probar generosas porciones de las roscas de la oficina, los vecinos y la propia de la casa.

De veras que es dificil transitar por estas fechas sin caer en la tentación de dejarse llevar por el buen sabor y las abundantes y bien sazonadas oportunidades de comer mucho. Sin embargo, los diabéticos sabemos que hay mucho más en juego que perdernos unos trozos de pavo horneado o rosca de reyes o los "confites y canelones" de las posadas.

Pero, entonces ¿debemos marginarnos y privarnos de las celebraciones?, ¿debemos comportarnos como parias alimentarios?. No necesariamente. Como ya sabemos que nuestro Talón de Aquiles es, precísamente, la comida y que debemos extremar nuestra cautela en dicho departamento, hay varias estrategias que podríamos seguir para participar de las fiestas, cuidarnos adecuadamente, disfrutar de lo que haya para comer y beber sin sentirnos culpables y no arriesgar nuestra salud excediendonos y cayendo en el descontrol.

Para ello en estos días estaré compartiendo con la comunidad algunas ideas y consejos para divertirnos, comer y beber sin culpa -y sin descontrolarnos-, sobre la base que ser diabéticos nos exige comer inteligentemente y no nos priva, necesariamente, de las cosas buenas de la vida.

En próximas entregas comenzarán a llegar los conceptos y comentarios. Si algun despistado lector cae en esta zona y tiene algun comentario, idea o sugerencia, agradeceré nos la comparta.