sábado, 18 de agosto de 2007

¡Qué ironía!


Antes que entrar de lleno al tema de hoy, pido una sentida disculpa a mis sufridos lectores a quienes, además de agradecerles la indulgencia de su atención, les debo una explicación por mi prolongada ausencia de este dulce espacio virtual. La razón del abandono a las letras cotidianas que dejo caer periódicamente en este espacio se debe, en buena parte, a buenas noticias en el sentido de trabajo, aunque ello me ha demandado tanto tiempo y atención que casi sin percibirlo se me fueron los días en un tan rápido peregrinar que casi sin sentirlo me topé con un hueco enorme en este mi tan querido espacio de meditación diabética.

Pero como no hay plazo que no se cumpla, prácticamente a deshoras en la casi madrugada de este fin de semana, retomo la escritura y dedico una breve reflexión a aspectos de la vida con diabetes que a veces por familiares nos pasan desapercibidos o simplemente los damos por naturalmente descontados y correctos en su esencia.


Por ello, el título de la entrada de hoy se parece al lema de campaña publicitaria de cierta marca de cerveza que actualmente se puede leer en grandes anuncios espectaculares colocados profusamente en varias ciudades del país. Sin embargo hoy le encontré un nuevo y preocupante sentido a la frase publicitaria, gracias a la anécdota que relataré.


Resulta que la mañana de este viernes me tocó doble cita médica en el Instituto Nacional de Nutrición, sitio en que me llevan excelentemente controlada mi diabetes y los achaques asociados. La anécdota gira en torno a que inicié temprano por la mañana con toma de muestras de sangre para una muy completa y extensa batería de exámenes; para ello hube de cumplir con el requisito de llegar con doce horas de ayuno, para que la prueba tuviera la validez que rigurosamente hay que cumplir. Sin embargo como parte de las pruebas solicitadas por mi doctor incluían una de preparación compleja, la toma de muestras se retrasó dos horas. Lo crítico del asunto es que debido al retraso en el laboratorio, mi siguiente cita –la de los achaques asociados a la diabetes-, se traslapó casi al tiempo en que salí del laboratorio.


Como consecuencia de lo anterior, adivinaron, me fui a la segunda cita sin tiempo para desayunar o comer algo mínimamente decente, para no decir aceptable para alguien que vive de diabético de tiempo completo. La alternativa fue buscar algún bocadillo adecuado para romper el ayuno. Entonces apareció la ironía. Tanto en la cafetería del Instituto, en los puestos móviles de “comida y bocadillos” y los puestos en la calle, hay cualquier cantidad de “comida chatarra” y cosas ricas en harinas, dulce y grasas saturadas. Es más, el primer lugar lo otorgué a un grupo de cuatro médicos que, afuera de la entrada del laboratorio –en la calle por supuesto-, estaban deleitándose con unos sanos y apetitosos tacos de canasta. Qué ironía, comida chatarra como la primera y única opción para conseguir algo de comer en el sitio donde se atiende de manera primordial y especializada a los problemas relacionados con la nutrición, la obesidad y la diabetes principalísimamente.