Como podrán haber notado, después de prometer una serie de entradas con respecto a los objetivos a nivel mundial de la IDF (FederaciónInternacional de Diabetes), repentinamente pasaron y pasaron los días y este espacio se quedó en una pausa hasta ahora no explicada.
Frustración es la primera palabra que me viene a la mente pues teniendo ya listo el material de consulta para documentar el texto, habiéndolo estudiado para asimilarlo y con la idea clara para redactar los temas, un incidente inesperado me llevó a una obligada pausa que, por otro lado, me permitió meditar sobre otros temas que por extraña coincidencia pueden ser fácilmente relacionados con el tema de la diabetes.
Comparto con ustedes: Recién iniciado este mes dedicado a la diabetes y ya en plena preparación para sumarme a varias de las actividades a realizarse el día catorce, sufrí una aparatosa caída de escaleras que además de golpes por todo el cuerpo incluidas partes que ni sabía que existían -hasta que empezaron a doler-, sumado a los chipotes, moretones, hinchazón de áreas con traumatismo y finalmente, la parte más lenta para reparar resulta ser el brazo derecho (sí, adivinaron, soy diestro), que sufrió una fractura con astillamiento en la cabeza del radio y que quizá requiera cirugía.
En resumen, mi explicación que no disculpa, es que aparte de estar atarantado unos días (bueno, más que de costumbre), no he podido usar el brazo derecho y esto de escribir con el índice de la mano izquierda convierte al ejercicio en una empresa casi imposible pues aparte de lo lento de la escritura que provoca que algunas ideas se fuguen, los errores tipográficos de multiplican haciendo la experiencia todo un reto a la tenacidad y la paciencia.
Es gracioso como la vida a veces se convierte en la confluencia de coincidencias premonitorias. El pasado 5 de octubre escribía acerca de la falla en el cargador de mi computadora, hablando de los tropiezos en la vida y la viñeta que agregué fue la de un individuo cayendo por una escalinata. Pocos días después en mí, fue una dolorosa realidad. Lo bueno es que no soy supersticioso y mi caída se la atribuyo solamente a una pérdida del equilibrio aunada a la atracción gravitacional del centro de la tierra.
Pero regresando al tema central de esta página, el espacio de ocio obligado me llevó a reflexionar sobre dos temas (bueno, en realidad fueron muchos más, pero dos fueron especialmente relevantes), el dolor como sistema de alarma ante un daño grave y lo que implica una discapacidad de cualquier tipo. Entro pues en materia:
Primeramente el dolor. Cuando hice conciencia que estaba tirado en el suelo, mi primer pensamiento fue levantarme de inmediato y seguir mi camino como si nada. Tenía una cita sumamente importante y no quería fallar. Pero en cuanto intenté moverme, me di cuenta que mi cuerpo se rebelaba a mi mente; el dolor me mantuvo quieto, sembrado y gracias a unos buenos samaritanos que acudieron en mi ayuda, fue que pude ponerme en pie. De inmediato supe que el golpe era mucho más grave y doloroso que lo que imaginé como el “peor escenario” cuando en plena caída vi que no podría evitar caer sobre los escalones y seguir rebotando hasta el descanso del fondo de la escalera. Mis peores temores fueron rebasados por la cruda realidad, pensé en fractura de nariz, costillas, ambas muñecas y el brazo derecho. Afortunadamente, el único roto fue el brazo derecho; los demás, solamente golpeados severamente.
Al reflexionar sobre el dolor y su utilidad, me di cuenta cuan bueno fue el que me haya impedido seguir con mi agenda del día y me haya llevado a la sala de urgencias donde fui atendido e inmovilizado, además de recetado con analgésico y antiinflamatorios. De no haber sido así, de no haber dolor, hubiera seguido como si nada, aumentando la gravedad de mis lesiones. En el momento de reflexión al respecto, me llegó a la mente la idea de lo bueno que sería que la diabetes doliera y mucho, lo que nos haría tomar conciencia más fácilmente de la importancia del control y no esperar a que lo que duela sea una neuropatía, que igual va a doler esté o no elevada la glucosa en un momento dado. Sin embargo, como no duele la hiperglucemia, el daño aparece sorpresivamente y sin previo aviso, dándole así su característica de “enfermedad silenciosa”. Cómo hace falta un poco de ruido.
Por el otro lado, al no poder usar mi brazo hábil, me he convertido en un ser desvalido en cierto grado, dependiente de la ayuda de terceros y limitado en cuanto a la cantidad y calidad de las cosas que puedo hacer. Eso es lo que se llama discapacidad, aunque en mi caso, la expectativa es que aun en el peor escenario con cirugía de por medio, en un plazo de unos tres meses cuando mucho, ya esté en un proceso de franca rehabilitación y en camino de recuperar la funcionalidad total. Enfermedad curable en este caso y la mejor noticia, en un plazo alcanzable.
Fui expuesto a una probadita de lo que implica una discapacidad y la dependencia que genera. No he podido ir a trabajar aunque espero que entre mañana y el lunes pueda ya pararme en la oficina e ir tratando de ponerme al corriente con lo dejado estos días. Pero lo relevante es el pensamiento de que la diabetes es una enfermedad que si no se controla produce complicaciones que son discapacitantes e irreversibles. Ese panorama de no reversible y limitante me erizó los cabellos. ¿Una nefropatía, dependiendo de diálisis? O acaso ¿una retinopatía proliferativa y ceguera consecuente?, ¿qué hay de una embolia o un infarto al miocardio? Terrible pensar en un pie de diabético gangrenado con la consecuente amputación de extremidad. La reflexión es, no me duele tener elevada la glucosa y por ello debo ser extremadamente cuidadoso, monitorearme, mantenerme en control y evitar las complicaciones puesto que si bien un accidente llega sin avisar y es repentino, obligándonos a cambiar nuestros planes, una complicación discapacitante se puede prevenir si hacemos lo que sabemos es lo correcto para evitarla o diferirla por largo tiempo.
Por lo pronto voy recuperando movilidad y espero pronto ir retomando el ritmo de vida al que estoy acostumbrado, valiéndome a mí mismo y siendo totalmente autónomo. Finalmente quiero agradecer a los buenos samaritanos anónimos que me auxiliaron en el momento de la caída, a mi esposa quien con enorme ternura y paciencia me ha apoyado y complementado con su esforzada acción y a todos aquellos, también samaritanos y también muy buenos, que han estado pendientes de mi recuperación y de una u otra forma me han dado refugio, compañía, apoyo moral y ánimo para salir adelante.