domingo, 17 de junio de 2012

Diabetes y el Día del Padre (Parte 2)


Hace un año escribía en este espacio una entrada de título similar, con el objetivo de sumarme a la festividad que en buena parte del planeta se celebra. A diferencia de aquel entonces, hoy la idea que quiero tomar es en torno al concepto de la paternidad. 

El ser padre, en una sociedad como la moderna nos pone a quienes asumimos el papel como individuos que en primera persona somos responsables. Adultos responsables. Y cuando digo adultos responsables, no lo hago con el afán de excluir a menores de edad que por la razón que sea, se encuentren de este lado de la paternidad. No, más bien es un concepto de la capacidad y responsabilidad que implica la paternidad y que, independientemente de la edad, nos instala en el mundo adulto. 

Hoy mis dos hijas, seguro estoy, harán lo conducente para hacer patente su afecto por mí en el curso de las próximas horas y si de casualidad alguien les preguntase cuál es mi opinión transmitida a ellas sobre la actitud adulta, contestarán afirmativamente a la siguiente anécdota: Dentro del proceso de convivencia familiar en la etapa de crecimiento hacia la vida adulta, más de una ocasión y particularmente durante la adolescencia y temprana juventud, surgió planteado de diferentes maneras el tema de tratarlas como niñas y no darles más libertades y “confiar” en su juicio. A lo largo de los años de maduración, el concepto que les expresé de manera constante fue el siguiente:

Para mí, la diferencia entre una actitud infantil y una actitud adulta radica en una casi muy leve diferencia; al niño hay que supervisarlo, instruirlo y, si comete un error, se equivoca o se mete en un lio, hay que reprenderlo, corregir la falta y ayudarlo a salir del problema, que en su inmadura mente siempre será más grande que su capacidad para afrontar y resolver. Por otro lado, al adulto se le permite tomar decisiones ya que se espera que tenga conciencia de las consecuencias de éstas y así como tiene la libertad de decidir, tiene la obligación de asumir las consecuencias –buenas o malas-, de las acciones derivadas de la decisión tomada. Muy simple el concepto aunque lo reconozco, sumamente difícil de llevar a cabo. 

Por ello hoy al pensar sobre el tema de la entrada, me surgió este recuerdo ya que la paternidad solemos ligarla con una decisión que obliga a una respuesta responsable, adulta, de a las consecuencias de una decisión tomada con respecto a una relación de pareja. Los hijos llegan y nos cambian la vida y es aquí donde penetra de manera inevitable y complicada la precisión del concepto adulto cuando decidimos “SER” padres, ya que al estar biológicamente desligados de los hijos, debemos construir lazos afectivos que desde el nacimiento nos vayan proporcionando esa poderosa liga que a lo largo de la vida mantiene unidos los cariños paterno-filiales. Recuerdo, por ejemplo la magnífica figura de mi padre y cercanías y alejamientos normales a lo largo de una vida longeva, tuve la gran fortuna de vivir el papel de hijo cercano al mío –que ni de lejos el del consentido- pero que en sus años finales nos permitió una proximidad con una maravillosa comunicación afectiva y una muy didáctica transmisión de experiencia colmada de sabiduría de esa que solo se alcanza con la edad. Cuánto lo extraño.

No quiero en este espacio participar en juicios sumarios a los masculinos que se quedaron en el papel neutral de donadores de esperma, sino concentrarme exclusivamente a quien en conciencia, libertad y toda su capacidad emocional eligieron formar parte de la vida familiar actuando el papel de padres. Ese papel que trasciende al del proveedor de bienes y servicios y que proporciona una guía, ejemplo, tiempo de calidad y pone su “granito de arena” en la formación de hijos que reciben lo mejor de uno para tomarlo como parte de su formación hacia la vida adulta. A esos padres les dedico hoy este espacio y a menos que mis hijas emitan juicio en contrario, me incluiré en la felicitación. Estoy seguro que apoyaran el aplauso y me sonrío por ello. 

Si bien no soy aficionado a la celebración del día de esto o del aquello, en particular cuando la conmemoración se convierte en un evento mercantil en vez del correcto afectivo, creo que celebrar a los buenos padres es necesario de vez en cuando y por ello no pude evitar la tentación de hacerlo hoy. 

Por esta vez y aunque no hay manera de desprenderse de la diabetes y guardarla en un cajón para salir a celebrar sin restricciones, saldré a celebrar con mi hija mayor quien vive en esta misma ciudad y vendrá a sonsacarme para que salgamos de fiesta y con la temprana felicitación telefónica de mi hija menor quien vive a casi 500 Km de distancia y que no estará físicamente conmigo pero en emoción y pensamiento compensará la ausencia física. 

Finalmente y para cerrar la colaboración del día, diré que estar de fiesta con diabetes no es diferente a estar viviendo cualquier otro día. Que el metabolismo no distingue entre días “normales” y días de fiesta y que nosotros tampoco debemos hacerlo. Sé que es mucho pedir tener disciplina en medio de la diversión, pero por experiencia sé que aunque es difícil, muy difícil, se puede lograr y que cada día vivido sin complicaciones derivadas de la diabetes hace que el esfuerzo titánico que cuesta el frenar el impulso del exceso, valga la pena. Durante la fiesta hay que esforzarse, lo sé pero, ¿no uno hace lo que sea por el bienestar de los hijos? Pues a hacerlo señores padres responsables que por ello somos adultos. 

Feliz día del Padre


miércoles, 13 de junio de 2012

Diabetes Tipo 2 en niños y adolescentes.



Al estar repasando mis notas para decidir el tema que habría de tratar en este día, le pedí consejo a la hermosa mujer que comparte su vida con la mía y le proporciona esa mágica vivencia que produce su sola presencia y, entre otras muchas cualidades, la tan necesaria dosis de sensatez y amorosa crítica –que no censura-, que como límpida bocanada de aire fresco tanta falta me hace para sobrevivir. Ella me sugirió que ya que esta cerca, muy cerca el periodo vacacional en las escuelas, hablara de los problemas de la obesidad infantil, dado que los niños se encuentran en un ambiente más cercano a la familia y con posibilidad de realizar nuevas actividades o intentar cambios en el estilo de vida.

Lo medité durante un buen rato y llegue a la conclusión de que el mejor enfoque sería uno radical que hablara no solamente del riesgo en que se encuentra la infancia y juventud temprana ante la prevalencia de la obesidad, sino ir directamente al punto de no retorno, cuando el no deseado diagnóstico de Diabetes tipo 2 (DM2), entra a la vida diaria habiéndose colado casi imperceptiblemente por la puerta trasera de las calorías en exceso y la vida sedentaria.

Quiero aclarar para una relativa tranquilidad de los adultos –padres o tutores de niños o adolescentes obesos- que no todos los casos de obesidad desencadenan en diabetes tipo 2, al igual que pasa en adultos, pero que en ciertos estratos de población es más frecuente encontrar causas de tipo genético que los hacen altamente susceptibles a desarrollarla. Dije relativa tranquilidad pues aunque no desarrollen diabetes los niños y adolescentes obesos, esa obesidad por sí sola es un riesgo a la salud. 

Pero regresando al tema de las edades prematuras de desarrollo de diabetes -en esta ocasión omitiré los casos de diabetes tipo 1 y las denominadas atípicas que afectan a niños y gente joven- la característica que más frecuentemente define esta condición en niños y adolescentes es la obesidad. Sin embargo al momento de pasar por el tamiz del criterio científico el origen de tan marcado incremento en casos de obesidad infantil por un lado y el igualmente alarmante incremento de casos de diabetes tipo 2 en dicha población, lo primero que hay que hacer es determinar la o las causas de tal fenómeno y a partir de ahí, tomar medidas correctivas y preventivas. Correctivas para poner en control y dar un tratamiento adecuado a este estrato poblacional, procurando darles una mejor expectativa de vida que las catastróficas consecuencias de una diabetes no atendida adecuadamente y, la parte preventiva para tratar de evitar o al menos disminuir de forma sustancial el número de nuevos casos diagnosticados cada año.

La diabetes sabemos, es el resultado de un desorden metabólico que tiene que ver con una forma inadecuada o insuficiente de metabolizar la glucosa y los lípidos (grasas como el colesterol y los triglicéridos), en el organismo y, consecuentemente, con una serie de complicaciones crónicas que van apareciendo en el tiempo derivadas de tales desequilibrios. Como dije en el párrafo anterior, arriba del 98% de los casos de DM2 infantil y juvenil tienen como factor común un cuadro de obesidad que puede ir desde leve hasta la denominada obesidad mórbida. Es difícil establecer un criterio Universal del tipo de obesidad dado que en las edades en que se presenta esta nueva clase de DM2 y si bien es fácil hacer una apreciación subjetiva del sobrepeso u obesidad en su caso, dar un parámetro numérico es más complicado, dependiendo de la edad y grado de desarrollo de los infantes.

Mientras investigaba sobre el tema, encontré unas diapositivas muy interesantes de la presentación de un curso sobre el tema de obesidad infantil y su relación con la prevalencia de la DM2, realizadas por la Dra. Ma. Isabel Hodgson B., la cual se puede consultar completa en la liga: http://www.nutritotal.com.br/icnso/aulas/?acao=bu&categoria=58 

Lo interesante de este estudio realizado en Chile, es que al hablar de las causas de la obesidad infantil identifica con claridad los siguientes factores:

Desbalance entre la ingesta y el gasto calórico, es decir, se come más, mucho más de lo que el organismo requiere para la actividad diaria.

El cambio de hábitos alimentarios, aparte de comer en exceso, se privilegia el consumo de golosinas y productos de alta densidad energética (comida chatarra), se consumen como líquido prioritario jugos y bebidas azucaradas, se disminuye o de plano se elimina el consumo de frutas y verduras.

El sedentarismo, expresado en horas de ver la TV, frente a un computador (ordenador) o consolas de videojuegos además de la falta de tiempo dedicado a la práctica deportiva.

Factores genéticos, que ayudan a que las causas anteriores tengan mucho mayor impacto en determinados grupos genéticos. 

Sin embargo, en las notas de la presentación afirma que en su parecer, el consumo de fast-food y los hábitos de ingestión diaria de alimentos son los responsables por la obesidad de los niños.

Habiendo llegado a este punto donde la combinación obesidad y DM2 ya están presentes en alguien menor a los 20 años de edad, la pregunta central de esta entrada es, ¿qué futuro tienen? Hacer un pronóstico con la información científica disponible a estas alturas del siglo XXI no es tan complicado y es mucho más probable que el futuro predicho sea mucho más parecido a la realidad que una de las profecías de Nostradamus, epítome de la charlatanería aplicada. Para empezar, como el viejo chiste, hay dos posibilidades; que el niño con DM2 capte la seriedad de su enfermedad y poniéndose las pilas haga el esfuerzo para ponerse en control o bien, que no haya esa posibilidad y termine muriendo en condiciones de deterioro grave a una edad mucho más temprana que sus padres. 

En este espacio he ponderado muchísimo el concepto de que la responsabilidad de la propia salud es de quienes tenemos diabetes mellitus, sin importar si es del tipo 1, 2 o cualquiera otro y tampoco sin importar la edad de la persona. Sin embargo hay varios factores que me surgen cuando medito en el tema y es que hablando de diabetes en niños y adolescentes, en el pasado casi el 100% de los casos eran DM1 que obliga a la administración de insulina y a un muy estrecho monitoreo del nivel de glucosa en la sangre y como la propia vida depende de ello y en caso de no haber control este se hace evidente por la pérdida acelerada de peso, obliga a la familia y a los propios "padecientes" a tomar cartas en el asunto y resolver a marchas forzadas los obligados cambios en el estilo de vida que impone la enfermedad, so pena de morir prematuramente en un coma (cetoacedosis) por hiperglucemia.

Sin embargo, cuando la obesidad infantil está presente, normalmente existen otros factores adicionales a los arriba anotados como causas de dicho sobrepeso y tienen que ver con conductas de familia, formas de educar (el comer bien también es parte del proceso educativo) y de percibir la comida. Hace algún tiempo escribí una serie de entradas también versando sobre este tema y comentaba que es difícil aunque no imposible, encontrar niños obesos en ambientes familiares donde hay buenas prácticas de alimentación sana, estímulo al deporte y otras actividades lúdicas además de una supervisión sobre lo que los niños y adolescentes encuentran disponible para la comida cotidiana.

Por ello el panorama se complica, pues si hay obesidad, generalmente esta es familiar y si como sucede en el caso de DM2 en adultos, la familia raras veces está dispuesta a verse en el espejo del diabético y cambiar los hábitos de comida y ejercicio por un esquema más sano, la profecía más probable es que adicional al estigma de la obesidad adicionada con DM2 exista una clara reticencia a desarrollar un cambio radical del estilo de vida que en primer lugar los hizo llegar a un cuadro de obesidad y de ahí a la marca de la DM2. Lo digo porque al haber transcurrido una infancia donde no se aprendió el control del apetito, la disciplina y el ejercicio del buen juicio de elección del alimento correcto; donde además no se ha madurado lo suficiente como para percibir el peligro potencial de las complicaciones de la diabetes, que no conocen de edad sino de que tan buen o mal control se tenga; donde la hiperglucemia no da síntomas, condición que incluso a los adultos nos genera problemas por no sentir la “necesidad” de estar en control puesto que no duele, el futuro puede ser muy doloroso y desesperanzador.

Sé que a muchos padres de familia nos sucede el fenómeno de la ceguera selectiva, que sabemos o intuimos que nuestros retoños tienen un problema, en este caso el sobrepeso o de plano una marcada obesidad, pero no “encontramos” la forma de resolver el problema, de detener la tendencia y nos angustiamos enormemente, pero somos incapaces de encontrarle por nosotros mismos un remedio al problema y, peor aún, de implementarlo por temor a los pleitos y sombrerazos que tendríamos que enfrentar y es mucho más cómodo, voltear un lado y dejar ser, dejar pasar. 

La pregunta en este caso es, ¿a qué precio?.