Como todo tema que por si mismo va cobrando vida propia aun cuando al abordarlo por vez primera parece tan pequeño, insignificante casi, como podría haberle parecido esa masa de hielo flotante con aspecto de “no rompo un plato”, al Titanic en su postrer viaje inaugural, el de los CE o emocional eaters, me está tomando de la mano y no con poca sorpresa por lo que voy encontrando conforme avanzo en mi investigación sobre el tema. Por un momento llegué a temer que el cambio de giro sobre temas diferentes a los específicamente dedicados a la diabetes mellitus me llevase a un cambio de giro en el concepto de este blog, sin embargo encuentro cada vez con mayor asombro lo íntimamente ligado que resulta este concepto con la diabetes, particularmente con la DM2.
Si bien la comida es nuestra única fuente de energía desde donde obtenemos todos los elementos necesarios para continuar vivos y seguir siendo funcionales, las desviaciones en la forma de comer y el cómo percibimos esa forma de comer, son lo que nos marca el trastorno como tal. Si analizamos qué significa comer para quién lo hace para saciar un hambre fisiológica, comparado con quién lo hace por saciar un hambre emocional, encontraremos elementos muy reveladores, así que entrando al tema, van algunas comparaciones sobre las características que les diferencian, para lo cual usaré las siglas CE (comedor emotivo) y CF (comedor fisiológico), por llamarles de alguna manera.
CE. Es repentino, de la nada surge el deseo de comer y hay un apetito voraz.
CF. Es gradual, el estómago va mandando aviso ascendente de que se acerca la hora de comer.
CE. Es por un tipo específico de comida, puede ser un chocolate, una hamburguesa u otra cosa, pero tiene que ser eso y nada más.
CF. Explora el menú y combina diferente tipos de alimentos sin una marcada preferencia.
CE. Está sobre el cuello, es en la cabeza donde surge el deseo, comienza en la lengua y el paladar, nos saboreamos aquello que deseamos y el cerebro nos retroalimenta cada vez más el deseo irresistible.
CF. Se localiza en el estómago, si no lo atendemos, comenzará a rugir e incluso puede llegar a doler si no recibe comida.
CE. Es urgente, ¡aquí y ahora!, el dolor emocional hay que aniquilarlo instantáneamente.
CF. Es paciente, el hambre si bien requiere ser saciada, puede esperar a que los alimentos se preparen adecuadamente y a organizar un sitio donde comer pausadamente.
CE. Viene emparejado a una emoción de enojo, un conflicto en la oficina, con la pareja, algún hijo. El hambre emocional llega aparejada de un conflicto o situación de estrés.
CF. Viene sin un apremio físico, si ya transcurrieron más de tres horas del ultimo alimento, el organismo comienza a organizar el envío de señales inequívocas que hay que darle más combustible.
CE. Implica comer automáticamente o de forma distraída, nos podemos acabar una caja de galletas o un litro de helado sin siquiera darnos cuenta y no nos detenemos cuando alcanzamos la sensación de saciedad.
CF. Implica elecciones deliberadas de qué y cuánto se come, se tiene conciencia de la cantidad de alimento en la cuchara o el tenedor, el tamaño de las porciones que cortamos de carne y decidimos sin problema cuando y donde ya estamos satisfechos con la comida –Este mecanismo se debe a la secreción de unas sustancias llamadas leptinas de la que ya platicaremos en este blog.
CE. Desarrolla sentimientos de culpa a la comida, paradójicamente comenzamos a comer para sentirnos mejor y terminamos sintiéndonos peor al grado de castigarnos por la conducta prometiendo un irreal futuro de control y ejercicio.
CF. No hay sentimientos desarrollados hacia la comida, quien come para cubrir una necesidad fisiológica lo considera parte de un proceso tan natural como respirar.
Pero, ¿qué hacer?, ¿Hay remedio o ya todo está perdido?, ¿cómo romper este círculo vicioso que daña física y emocionalmente, que causa dolor, pena, frustración, vergüenza y a la larga destruye cualquier posibilidad de llevar una vida sana, plena, llena de satisfactores saludables y en un entorno de auto aceptación y realización personal?, ¿Hay que esperar a tocar fondo para poder siquiera pensar en la posibilidad de revertir este proceso?
En la próxima entrega hablaré sobre aquello que puede hacerse al respecto.
Si bien la comida es nuestra única fuente de energía desde donde obtenemos todos los elementos necesarios para continuar vivos y seguir siendo funcionales, las desviaciones en la forma de comer y el cómo percibimos esa forma de comer, son lo que nos marca el trastorno como tal. Si analizamos qué significa comer para quién lo hace para saciar un hambre fisiológica, comparado con quién lo hace por saciar un hambre emocional, encontraremos elementos muy reveladores, así que entrando al tema, van algunas comparaciones sobre las características que les diferencian, para lo cual usaré las siglas CE (comedor emotivo) y CF (comedor fisiológico), por llamarles de alguna manera.
CE. Es repentino, de la nada surge el deseo de comer y hay un apetito voraz.
CF. Es gradual, el estómago va mandando aviso ascendente de que se acerca la hora de comer.
CE. Es por un tipo específico de comida, puede ser un chocolate, una hamburguesa u otra cosa, pero tiene que ser eso y nada más.
CF. Explora el menú y combina diferente tipos de alimentos sin una marcada preferencia.
CE. Está sobre el cuello, es en la cabeza donde surge el deseo, comienza en la lengua y el paladar, nos saboreamos aquello que deseamos y el cerebro nos retroalimenta cada vez más el deseo irresistible.
CF. Se localiza en el estómago, si no lo atendemos, comenzará a rugir e incluso puede llegar a doler si no recibe comida.
CE. Es urgente, ¡aquí y ahora!, el dolor emocional hay que aniquilarlo instantáneamente.
CF. Es paciente, el hambre si bien requiere ser saciada, puede esperar a que los alimentos se preparen adecuadamente y a organizar un sitio donde comer pausadamente.
CE. Viene emparejado a una emoción de enojo, un conflicto en la oficina, con la pareja, algún hijo. El hambre emocional llega aparejada de un conflicto o situación de estrés.
CF. Viene sin un apremio físico, si ya transcurrieron más de tres horas del ultimo alimento, el organismo comienza a organizar el envío de señales inequívocas que hay que darle más combustible.
CE. Implica comer automáticamente o de forma distraída, nos podemos acabar una caja de galletas o un litro de helado sin siquiera darnos cuenta y no nos detenemos cuando alcanzamos la sensación de saciedad.
CF. Implica elecciones deliberadas de qué y cuánto se come, se tiene conciencia de la cantidad de alimento en la cuchara o el tenedor, el tamaño de las porciones que cortamos de carne y decidimos sin problema cuando y donde ya estamos satisfechos con la comida –Este mecanismo se debe a la secreción de unas sustancias llamadas leptinas de la que ya platicaremos en este blog.
CE. Desarrolla sentimientos de culpa a la comida, paradójicamente comenzamos a comer para sentirnos mejor y terminamos sintiéndonos peor al grado de castigarnos por la conducta prometiendo un irreal futuro de control y ejercicio.
CF. No hay sentimientos desarrollados hacia la comida, quien come para cubrir una necesidad fisiológica lo considera parte de un proceso tan natural como respirar.
Pero, ¿qué hacer?, ¿Hay remedio o ya todo está perdido?, ¿cómo romper este círculo vicioso que daña física y emocionalmente, que causa dolor, pena, frustración, vergüenza y a la larga destruye cualquier posibilidad de llevar una vida sana, plena, llena de satisfactores saludables y en un entorno de auto aceptación y realización personal?, ¿Hay que esperar a tocar fondo para poder siquiera pensar en la posibilidad de revertir este proceso?
En la próxima entrega hablaré sobre aquello que puede hacerse al respecto.