A veces me da por tener ciertos pensamientos de orden filosófico –léase como que la ociosidad es madre de las malas ideas-, con respecto a la diabetes y otras enfermedades de las llamadas silenciosas e incurables, que se han convertido en el moderno azote de la humanidad.
En esta ocasión, que no es la excepción, los pensamientos vienen estimulados por acontecimientos recientes en el ámbito de mi propia salud, que me merecen hacer una reflexión profunda al respecto y poner una marca –como esas que se usan en las carreteras para indicar los kilómetros que nos separan de nuestro destino final-, para indicar una etapa más en que los acontecimientos me demuestran que las decisiones tomadas con respecto a la propia salud, han resultado acertadas.
En esta ocasión, que no es la excepción, los pensamientos vienen estimulados por acontecimientos recientes en el ámbito de mi propia salud, que me merecen hacer una reflexión profunda al respecto y poner una marca –como esas que se usan en las carreteras para indicar los kilómetros que nos separan de nuestro destino final-, para indicar una etapa más en que los acontecimientos me demuestran que las decisiones tomadas con respecto a la propia salud, han resultado acertadas.
El miércoles tuve la rutinaria consulta médica para revisar cómo está mi diabético organismo y revelar si realmente hay control de los niveles de glucosa y lípidos en la sangre, además de otros parámetros para medir funciones metabólicas, renales, etcétera.
Hace seis meses me retiraron los hipoglucemiantes para lograr que pudiera recuperar mi peso normal después del súbito bajón del período octubre-diciembre; el reto, aparte de alcanzar mi peso ideal conforme a mi IMC (índice de masa corporal), era lograrlo sin perder el control de la glucosa en sangre y sin hipoglucemiantes; claro está, solamente con una dieta muy estricta y ejercicio. La buena noticia: lo logré. Ayer confirmó mi médico tratante que mi peso, la presión arterial, la hemoglobina glucosilada, el colesterol total, los triglicéridos y el colesterol malo (LDL-colesterol), están en valores normales. La no tan buena, es que el buen colesterol (HDL-colesterol), quedó un poco por debajo del valor ideal. Bueno, queda ahí un reto para alcanzar a la brevedad los buenos niveles.
Estos resultados implican que los daños normalmente esperados para un diabético con el tiempo de evolución de la enfermedad -como es de esperarse en lo general-, en mi caso se hayan mantenido al margen. Es más, mi estado de salud es casi el de una persona normal e incluso, podría presumir, un poco mejor. Claro que los daños causados previamente por una diabetes mal controlada, como una leve micro albuminuria y una incipiente retinopatía diabética, siguen ahí, aunque afortunadamente, sin avanzar.
De aquí se desprende la reflexión. Si bien la diabetes es una enfermedad a la que hasta la fecha no se le ha encontrado una cura, el alcanzar y mantener controlados los niveles de lípidos y glucosa en la sangre es posible y, con ello es posible evitar o retardar la aparición o desarrollo de las complicaciones crónicas. Claro que estoy conciente que mi caso tiene sus particularidades y que muy a tiempo me puse en control antes de que los daños se extendieran demasiado, pero también ha sido con un enorme esfuerzo de autocontrol para mantener la disciplina necesaria para mantenerme con mi plan de alimentación y no soltar el diario ejercicio. También me queda claro que el poder prescindir de los hipoglucemiantes puede que sea una victoria temporal, pero en el fondo la esencia de la cuestión es que se puede aspirar a una vida normal, sin deterioros graves a cambio de sacrificios que se pueden considerar mínimos, comparados con la ganancia resultante. No es una cura a la diabetes, pero el control me permite vivir como si no la padeciera.
Por ello, insisto de nuevo, no importa si es con puro ejercicio y dieta –conste que mi caso no es el “más frecuente”-, o con una o la combinación de varias terapias, ya sea con hipoglucemiantes solos o combinados o insulina sola o combinada con hipoglucemiantes, es la disciplina con aquello que comemos y lo que nos movemos, lo que constituye la máxima contribución a una vida sana, plena y digna de ser vivida y disfrutada.
Por ello, insisto de nuevo, no importa si es con puro ejercicio y dieta –conste que mi caso no es el “más frecuente”-, o con una o la combinación de varias terapias, ya sea con hipoglucemiantes solos o combinados o insulina sola o combinada con hipoglucemiantes, es la disciplina con aquello que comemos y lo que nos movemos, lo que constituye la máxima contribución a una vida sana, plena y digna de ser vivida y disfrutada.
Por ello hoy pongo esta marca en mi kilometraje individual, que señala otra etapa en que confirmo que voy por el camino correcto, que el esfuerzo me ha redituado y que a pesar de los temores, los cotidianos piquetes en los dedos para llevar el control de la glucosa en sangre, los momentos difíciles en que hay que vencer la tentación por esa golosina o la flojera de levantarse a mover el cuerpo, el mismo cuerpo me lo agradece y mis ojos, mis riñones, mi corazón, mis pies y mi sistema circulatorio, están trabajando como deben y el espectro de la “muerte de un diabético”, se mantiene alejado.