Estoy tomándome un leve receso a mis diarias actividades de esclavo de tiempo completo al que normalmente me dedico cuando habito en esa mi muy querida “Ciudad de los Palacios” o la idílicamente bautizada “Región más Transparente” por el imaginativo Carlos Fuentes.
Aprovechando que mi hija menor ha completado un ciclo más en su vida y ha terminado su carrera universitaria, especialidad incluida, me trasladé el fin de semana a la ciudad de Aguascalientes donde cursó sus estudios en Ingeniería Mecatrónica, para asistir a su fiesta de graduación. Fiesta que por cierto estuvo muy animada y que nos mantuvo en actividad frenética desde el sábado al medio día, hasta muy entrada la madrugada del domingo en que -como marca la canción es correcto proceder-, arrastrando la cobija y… regresamos a dormir los restantes minutos que separaban el fin de la fiesta con el amanecer asoleado.
Este asunto que marca un acontecimiento de celebración y sana alegría, en una persona que vive con diabetes tipo dos, no deja de convertirse en un reto pues conjunta una serie de factores que ponen en riesgo el control de las glucemias y tensan los sistemas de forma extrema. La ventaja de ello es que, al menos en mi caso, no se trata de un acontecimiento cotidiano, sino que es más bien, la excepción que permite una justa celebración por la culminación de muchos años de esfuerzo continuado. Por ello que más que presumir lo satisfecho que me encuentro por el esfuerzo y logro desarrollados por mi hija, presunción que considero más que válida, esta ocasión plasmaré aquellos pecados cometidos durante la fiesta y que forman parte de aquellos momentos de presión social donde los diabéticos nos enfrentamos a la máxima tentación de dejarnos llevar por el comer y beber sin medida ni control.
¿Se puede ser fiel al régimen de alimentación y asistir a estas fiestas sin caer en la tentación? Bueno, después de reflexionarlo largamente, debo confesar que, al menos en mi caso, la respuesta es NO.
No, por que el motivo de la celebración no me puede ser ajeno; no, por que la forma de celebrar impuesta por nuestra sociedad es a través de reuniones masivas donde la liga social es la comida –de menú preseleccionado sin opciones de variación hacia lo nuticionalmente correcto-, la bebida y la danza en un ritual que se perpetúa a sí mismo de generación en generación. Entonces la pregunta es: ¿qué podemos hacer quienes sabemos que “no debemos” comer ni beber y mucho menos desvelarnos so pena de arriesgar la salud?
Mi mejor respuesta a tal pregunta es: moderación. Soy plenamente conciente que ante ciertas circunstancias es prácticamente imposible sustraerse a la fiesta, a la comida y bebida que no cumplen ni por asomo a lo que podríamos llamar un sensato plan de alimentación para alguien que vive con una diabetes, del tipo que sea, ni dejar de participar en el baile y el ambiente del momento.
Lo que hice y que mi más sensato sentido del juicio me dictó, fue prepararme previo al evento, comportarme durante el evento y cuidarme posterior al evento. De esta manera, desde tiempo atrás he procurado mantener un buen control de mis glucemias y, ajustándome a mi plan de alimentación y a un régimen permanente de ejercicio, mantenerme bajo control para así, tener la seguridad que si una noche me descontrolo, el impacto sobre mi organismo será menor que si no he estado bien o al menos razonablemente bien controlado. Durante la cena-baile, comí de todo lo que se sirvió, excepto el postre –espacio de duelo por la renuncia a los carbohidratos directos-, pues el peor error que podría haber cometido hubiera sido el de privarme de alimento por considerarlo que no correspondía a mi “plan de alimentación”, pues ello hubiera causado una hipoglucemia y necesidad a disponer de las reservas grasas con el correspondiente sobreesfuerzo al hígado y al páncreas, lujo que un diabético no debe darse. Además, agregaré que me bebí un par de caballitos de tequila para brindar con la familia y amigos en el evento, razón adicional para no dejar de comer y liberar de estrés al hígado.Uno de los puntos a favor en estas fiestas es el elemento del baile. No importa si tengo dos pies izquierdos, en una pista atiborrada de gente es un detalle que pasa desapercibido y el beneficio es el ejercicio que hacemos que nos ayuda a quemar las calorías en exceso que tienen las salsas y condimentos de la cena y nos mantienen en una condición cercana al “me estoy cuidando”, pero sin perderle la alegría al momento y sin remordimientos de conciencia.
A partir del final de la fiesta –taquitos al pastor de por medio para evitar hipoglucemia-, como a eso de las cuatro de la mañana, un sueño reparador de unas tres o cuatro horas y volver al régimen normal –en lo que a alimentación corresponde-, para estar preparado para la siguiente fiesta.
No es sencillo y estoy seguro que mi médico y mi nutrióloga me propinarán un severo jalón de orejas por lo que aquí expreso, pero creo que habiéndome cuidado previamente y ahora después, estoy en lo correcto y que de a poquito, el organismo resiste un poco de estrés si lo sabemos mantener bajo control el máximo tiempo posible, como en este caso que fue más bien la excepción que la regla.
Felicidades!!!! orgulloso papà, espero que la hayan pasado muy bien.
ResponderBorrarceci:
ResponderBorrarCiertamente, como lo describo, la fiesta estuvo de lujo y realmente me contagié del entusismo del momento y bailé como dscosido aprovechando la mayoría femenina de la familia presente, la proporción fue de 3 a 1, así que no me dieron mucha tregua. Lo dificil fue realmente no excederme en la comida y la bebida y creo que dentro de todo, salí airoso.
felicidades!
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