Hay ciertas cosas que hacemos o decimos a lo largo de nuestras vidas que para nosotros nos pasan más o menos desapercibidas pero que tienen un efecto importante en quienes reciben aquello que hemos hecho o dicho. A veces resulta que lo que hacemos o decimos, impacta de manera positiva y más profunda de lo que pudiéramos imaginar a quienes reciben este mensaje lanzado de manera espontánea. En la mayoría de los casos, al menos en mi muy personal experiencia, me sucede que cuando digo cosas que “quiero” que tengan un efecto específico y un mensaje nítido sobre cierta persona, ni siquiera soy escuchado y el pretendido magnífico mensaje cae al limbo de los esfuerzos perdidos; en otras ocasiones decimos, discutimos, alegamos –al menos yo que me encanta andar alegando hasta donde no me invitan-, de manera despreocupada sin la específica intención de dar o dejar una “sabia lección de vida” y resulta que algo que dijimos o hicimos en esos momentos dejaron un mensaje o una huella perdurable en quien nos escuchó y nosotros ni enterados.
El hacer o decir algo que deje un momento memorable en alguien, es uno de los acontecimientos más sublimes entre los seres humanos, pues quién de nosotros no recuerda aquellas situaciones, frases, comentarios o acciones que nos marcaron en un momento de la vida y nos dieron lecciones que atesoramos y aunque a veces no nos acordemos con precisión de quién nos dejó esa huella, el aprendizaje queda e incluso el momento en que nos llegó ese mensaje permanece en nuestra memoria. Seguro estoy que quienes me dieron o dijeron aquello que me dejó los grandes ejemplos a seguir o el consejo salvavidas, igualmente ni cuenta se dieron que ello me quedó y me marcó profundamente. Por ello, cuando pasas de ser el que siempre aprende del ejemplo de los mayores y te conviertes en alguien veterano, llega el turno de predicar con el ejemplo y es en esta etapa en que lo que hacemos o decimos comienza a dejar huella y hace camino. Así pues, debemos ser cuidadosos en la forma en que potencialmente podemos impactar a quienes interactúan con nosotros.
Por ello en esta fecha traigo a colación todo el rollo anterior y ya que inicié esto de dedicar algunas de las entradas de este dulce espacio a ciertas personas, me sigo de frente y hoy hago la segunda al hilo. En esta ocasión, la idea es dedicar este espacio a mi querida amiga Letty, idea que surge de un comentario que me hizo esta mañana cuando nos reunimos varios ex compañeros de la escuela para compartir el desayuno bajo el muy justificado pretexto de que teníamos muchas ganas de vernos otra vez.
Pero anécdotas escolares aparte, lo importante del tema radica en que Letty cumplía con el perfil de “gordita feliz”, con su sempiterno carácter que nos hace verla siempre desparpajada, alegre, espontánea, mal hablada –pero que a ella se le oye maravillosamente bien-, generosa y otras mil cualidades. Eso sí, no se confundan, un carácter más fuerte que el acero al cromo-vanadio. Bueno, pues la sorpresa de hoy es que quienes llegamos a la reunión la encontramos más alegre que nunca, gritona, dicharachera y mucho más delgada. Me dio un enorme gusto verla así y sobre todo por que la satisfacción por su nueva figura se dejaba traslucir en toda ella, aparte que nos participó que se sentía mejor que nunca, despierta, alegre, animada y, lo más importante, sus niveles de colesterol y glucosa en sangre, entre otros, se hallaban mucho mejor ahora que cuando cargaba el sobrepeso.
Platicamos brevemente de su nuevo estado de salud y en ese momento me llegó la certeza de que meses atrás se había producido uno de esos extraños momentos en que por alguna desconocida razón, algo que dije dejó huella. Resulta que mi querida Letty me comentó que parte de las razones que la llevaron a tomar la determinación de “Querer”, -sí, con mayúscula, con esa férrea voluntad de mujer de nuestros tiempos-, adelgazar y mejorar su salud fue el resultado de una conversación en la que –según ella-, me la puse como “chancla” y toqué esa fibra sensible que la ayudo a tomar la determinación de cambiar sus hábitos de salud. Reconoció que, si esta conversación hubiera sido en otro momento, a lo mejor me hubiera mandado a “freír espárragos” -alimento rico en fibra, por cierto, aunque es mejor cocido que frito, por aquello de los aceites poliinsaturados-
Pero lo esencial del tema radica en que sin así pretenderlo, contribuí a que mi querida Letty ahora esté tomando una serie de medidas sanas a favor de su salud. Involuntario sí, pero ello me anima a seguir con este quijotesco espacio compartiendo estos locos planteamientos que hago, pues un resultado positivo es más que recompensa y ello me alienta a seguir. Gracias doblemente a Letty. Primero por haber escuchado un mensaje que resultó sumamente efectivo sin así haberlo yo planeado y segundo, por hacérmelo saber.