Hoy es la celebración del muy comercial Día del Padre, en que se conmemora a los buenos padres (y a los otros, faltaba más) y es un día en que se procura “apapachar” al “Rey del Hogar” y otros estereotipos de nuestra consumista sociedad. Este día está dedicado a la testosterona en todo su esplendor y los programas de televisión están pletóricos de transmisiones de eventos deportivos, las tiendas llevan varios días previos a la fecha anunciando artículos “masculinos”, desde herramientas a lociones con aroma de conquistador, los restaurantes preparan y anticipan el “menú del Día del Padre”, en la expectativa de que los padres acudan en compañía de las familias a celebrar con una comilona tan especial fecha. No hay producto que por poco relacionado que esté a la paterna celebración, no busque su salida comercial por el día. La lista es francamente abrumadora.
Así que solo me quedan dos cosas. La primera es felicitar por este medio a todos los padres de familia que merecidamente son celebrados en este día y la segunda, es hacer una reflexión alrededor de la relación entre paternidad y diabetes.
Al hablar de paternidad y diabetes, quiero referirme a tres grupos primordialmente:
A los padres que han llegado a esta condición siendo diabéticos, a los padres que han adquirido la diabetes ya habiendo sido padres y a aquellos padres que no siendo diabéticos tienen hijos con diabetes tipo 1 o con problemas de obesidad y pronóstico de diabetes tipo 2 (no hay reglas absolutas, así que hablo de los casos típicos, por aquello de las excepciones).
A quienes han llegado a padres siendo diabéticos, asumo que en su mayoría son diabéticos tipo 1 que llevan rato lidiando con la disciplina que implica la administración de insulina, el monitoreo de glucosa en sangre, los sustos por inesperados picos de glucosa y los episodios de hipoglucemia, además de los cuidados asociados a vivir con diabetes y la disciplina que ello implica. Es importante reconocer el valor que requiere el asumir una vida normal como parte de la sociedad y formar una familia y tener hijos, en particular cuando se tiene la conciencia del riesgo implícito de que los hijos desarrollen diabetes tipo 1 o tipo 2.
Digo valor, pues es un acto de valor prolongar la vida de la especie y asumir la responsabilidad de que en el eventual caso de que alguno de los hijos desarrolle diabetes como alguno de los padres, se tendrá ese amor, la dedicación y la disponibilidad de facilitar los medios para que la vida del o los hijos con diabetes sea lo más normal posible y que siempre tengan a su alcance los mejores medios para desarrollarse normalmente y alcanzar una vida plena. La diabetes, estamos de acuerdo, no es ni debe ser un impedimento para poder hacer una vida normal y ello incluye tener hijos.
El segundo caso, de los padres que desarrollan diabetes adulta (tipo 1 cuando son padres sumamente jóvenes o de plano la tipo 2), ya habiendo terminado esa etapa de tener hijos, es seguro que ni idea tenían al momento de planear la descendencia (si es que algún plan había), que su descendencia ya llegaba con la carga genética y el riesgo de padecer la diabetes –es mi caso, diabetes tipo 2 con dos hijas en riesgo genético-, en algún momento de su vida. En este caso, la nota del día se resume en dos palabras: educación y prevención. Nuestro destino como diabéticos ya es una realidad que no tiene que ser la de nuestra descendencia (hijos, nietos, etc.) y a nosotros corresponde hacerles conscientes del riesgo y armarlos con la información necesaria para que puedan tomar por si mismos las medidas de prevención y evitar en lo posible la posibilidad de desarrollar diabetes tipo 2. Lamentablemente en el caso de la diabetes tipo 1 no se ha encontrado –hasta donde tengo información-, una forma de prevenirla.
A los padres no diabéticos con hijos con diabetes tipo 1, podría dedicarles kilómetros de líneas en este blog, pero hay una idea primordial que pienso pudiera ser de la mayor importancia. Tener un hijo, de la edad que sea, que es diagnosticado con diabetes tipo 1, implica una carga sumamente pesada, en particular cuando no se tiene idea de qué hacer o cómo manejarla y es necesario aprender a la velocidad del rayo para poder apoyar y resolver lo básico, en particular cuando los hijos son muy pequeños o han sido recientemente diagnosticados. Lo realmente de fondo es tomar conciencia que la diabetes será compañera de por vida de nuestro descendiente y en el proceso debemos ayudarles a desarrollar la capacidad de tomar ellos el control de su diabetes y hacerse responsables de su propio cuidado, ya que nadie más que ellos debe serlo. Lo sé, es fácil pedirlo y cualquier padre se desgarra por dentro cuando ve a su hija o hijo inyectarse insulina antes incluso de asistir al preescolar, pero es la mejor y única forma.
Finalmente y de extraordinaria importancia es hacer un llamado a los padres normales o diabéticos que tengan hijos con desórdenes alimentarios, en particular aquellos que derivan en obesidad infantil. Importante ya que México –lugar desde el que escribo estas líneas-, ostenta el nada honroso primer lugar mundial de obesidad infantil y la obesidad a cualquier edad, es en sí un enorme problema de salud y en particular en los niños está llevando a otra dimensión el pronóstico de calidad de vida de esta generación de niños obesos.
Como dato para quienes no lo sepan, antes de esta epidemia de obesidad infantil (sí, le podemos llamar epidemia a pesar de no ser un mal contagioso provocado por un agente patógeno), los casos de diabetesautoinmune. Hoy en día, los casos de diabetes tipo 2 en niños está prendiendo los focos de alarma en todo el mundo, especialmente en esta tierra de campeones en obesidad infantil.
Así que, señores papás hoy homenajeados por su buen desempeño como padres, si tienen uno o más de sus hijos con obesidad infantil (por favor, sin autoengaños o hacerse de la vista gorda), tomen una acción decidida de amor paterno y resuelvan ese problema de obesidad en la familia o serán ustedes, buenos padres, la primera generación condenada a ver morir a sus hijos de complicaciones que una enfermedad que nadie debiéramos de padecer y que típicamente estaba clasificada como de adultos mayores de treinta años o muchos más.
Feliz Día del Padre.
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