En la anterior entrada hacía una revisión muy breve sobre la situación del pensamiento científico que está perdiendo impulso en este ya iniciado siglo XXI y que nos está acercando, según parece, de forma lenta pero inexorable hacia un estado de ignorancia social generalizada. Es posible que haya gente –políticos en lo particular- que sientan que eso podría ser una ventaja al hacer una división infranqueable entre el grueso de las masas ignorantes y la elite que los gobierna y les ilumina el camino. Históricamente la humanidad ha avanzado dando traspiés y en ocasiones cayendo muy rápido y levantándose muy lentamente. Sin ánimo de ser exhaustivo, se me ocurre pensar en civilizaciones que nos han dejado evidencia arqueológica que muestra que en su esplendor hubieron alcanzado enorme altura del conocimiento y que también, en un determinado momento, entraron en decadencia y todas ellas fueron, de una forma u otra, arrasadas por efecto de invasiones, plagas y, en algunos casos como el de los Mayas, no está clara la razón de su desaparición como sociedad organizada.
Baste recordar –todos con el prefijo antiguo-, a China, India, Egipto, Perú, Mesopotamia, Creta y Micenas, Asiria y Caldea, Fenicia, Grecia, Roma, Persia, Bizancio, etc. que alcanzaron grandes alturas del conocimiento en diferentes áreas, conocimiento que se vio arrasado por la barbarie en diferentes períodos y de todos, el que probablemente haya sido el más oscuro, fue la “Edad Media” europea, que duró la friolera de novecientos años de barbarie e ignorancia como nunca antes había alcanzado la humanidad y que conllevó la pérdida de casi el total de los conocimientos desarrollados por la humanidad. Afortunadamente, esta situación que comenzó a cambiar en el Renacimiento, llamado así por el resurgimiento del conocimiento que comienza a rescatar el antiguo pensamiento de rigor científico de los griegos antiguos y no ha parado de seguir aportando hasta nuestros días.
Este referente histórico lo menciono, pues sin entender el pasado es imposible comprender nuestro presente y, por supuesto imaginar algún posible futuro. En cuanto a la parte médica se refiere y muy particularmente en el tema de la diabetes, he tenido la oportunidad de mencionar -en este espacio-, algunos avances de la ciencia médica en cuanto a la descripción de la enfermedad y el desarrollo de terapias y medicamentos cada vez más complejos para el tratamiento de la enfermedad.
Por ello, al tratar el tema del pensamiento primitivo y la ignorancia, relacionados con la diabetes, debo ser muy claro al poner por escrito la idea con respecto a lo vigente y lo absurdo al hablar de aquello que sí y lo que no funciona. Primero que nada, debemos caer en la cuenta que estamos viviendo un presente de impresionantes avances científicos en todas las áreas del conocimiento humano, que nos han dado un panorama fantástico de cómo percibir la realidad y que de alguna manera nos obligan a cambiar el paradigma de aquello que considerábamos como “la realidad”. Así, ya no sorprende tanto que en ciertos casos de investigación se pueda disponer de forma rutinaria y extremadamente rápida y precisa el perfil de ADN de un sujeto; que se puedan realizar tomografías por emisión de positrones (PET por sus siglas en inglés) y cientos y cientos de posibilidades que hoy en día permiten identificar pequeñas variaciones del genoma humano, que aunque aún falta muchísimo por avanzar, podremos estar de acuerdo que el camino recorrido por la medicina –y la ciencia en lo general-, nos ha alejado de lo que sabía Hipócrates, fundador de la medicina moderna y que naciera por allá del 460 A.C.
Hay quienes son detractores de la medicina moderna, denominada alópata (término acuñado por los homeópatas, para distinguirse de la medicina científica) y que bajo diferentes denominaciones pretenden buscar remediar el dolor y sufrimiento provocado por la condición de enfermos, en un intento por ofrecer una alternativa a lo que en muchos segmentos de población se percibe como un enorme poder que los laboratorios farmacéuticos y de las instituciones de medicina privada han alcanzado, por un lado y los tristemente frecuentes episodios de falta de ética en el manejo de la praxis médica, de los protocolos de investigación y comercialización de terapias y medicamentos y que han llevado a formar una elite económica que ha convertido la salud en artículo de lujo, abriendo la puerta a charlatanes y oportunistas que ven en esta situación una mina de oro lista para ser explotada y obtener una parte del botín en un escenario en donde pareciera que el principio hipocrático del bienestar del paciente por encima del lucro médico, ha quedado perdido en la noche de la historia.
Es aquí precisamente, donde el pensamiento primitivo y la ignorancia hacen su mejor papel, dañando a la propia medicina. Tanto la denominada alópata, como la etiquetada legítimamente como “alternativa”. Y sucede precisamente cuando ese pensamiento primitivo combinado con ignorancia nos lleva a creer que los productos de la medicina moderna y de los laboratorios farmacéuticos son, dañinos de una forma u otra, o que por ser una opción de medicina inalcanzable por razones económicas, hay que buscar la salud en otras fuentes. Quiero decir que no todo lo denominado como “medicina alternativa” es inválido o que no tenga utilidad. Creo que un pensamiento alrededor del concepto de salud no puede ni debe descartar ninguna faceta válida para garantizar el bienestar del paciente. Ni desconsiderar lo alternativo ni rechazar lo farmacéutico.
He escuchado miles de argumentos a favor de cientos de producto y terapias “alternativas” para “curar” la diabetes, que en su mayoría provienen de gente bien intencionada, que piensa honestamente que el remedio es bueno y que funciona. Por otro lado, hay infinidad de charlatanes deshonestos que se anuncian en periódicos, televisión, radio, cine, internet, etc. para promover cualquier cantidad de cosas que saben bien solo sirven para que los incautos los compren y los paguen y, listo, ya se hizo el negocio. ¿Y la salud?, bien gracias, a nadie le importa. La gente que cae en esos engaños lo hace esperando encontrar un milagro y, desafortunadamente son víctimas de inescrupulosos comerciantes de pociones de feria, sin valor terapéutico y cuyo único objetivo es un lucro sin mucho esfuerzo. Incluso, hay productos que son buenos -como algunas cremas por ejemplo-, que para subirles el precio o distinguirlas de la competencia, las anuncian con absurdos como que restauran la piel, quitan las arrugas (una de las mentiras más comunes), que corrigen várices, que rejuvenecen y muchas otras, lo que convierte a un posible muy buen producto, en una estafa por no cumplir con lo que promete. De aquí en adelante, la imaginación es el límite.
Por otro lado, hay muchísimas terapias y productos no farmacéuticos que coadyuvan al bienestar del paciente e incluso, en algunos casos en el proceso de convalecencia y que caen perfectamente en la categoría de “alternativa” a los fármacos. El caso más sabroso es el de la sopa de pollo. Sabemos que no cura, pero aporta nutrimento equilibrado, saludable y restaurador que ayuda al organismo en su recuperación. El remedio de miel de abeja con limón, que ayuda a desinflamar en caso de tos seca o la variación de las gárgaras de limón con bicarbonato, que funciona como antiséptico local en caso de infección leve en las amígdalas. Podría seguir y seguir dando ejemplos, pero los dos mejores me los reservo para finalizar esta entrada y son directamente indispensables para el correcto control de la diabetes, particularmente la tipo 2 y, por supuesto no existe ningún laboratorio que las produzca y son, ejercicio y un buen plan de alimentación. Es más, un diabético tipo 2 de reciente diagnóstico pudiera llegar a controlarse solamente con dieta y ejercicio, ya que estos factores combinados por si solos, ayudan a bajar de peso, estimulan el correcto funcionamiento del sistema metabólico, ayudando a que disminuya la resistencia a la insulina y aumente la calidad de ésta. A los diabéticos con muchos años de serlo, nos es más difícil y dependemos de terapia combinada de las anteriores y algún producto de laboratorio, ya sea como hipoglucemiante o insulina, solos o combinados.
Seguiré con el tema para la próxima entrada.
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