Como el tema da para mucho, comenzaré a comentar sobre algunas ideas que se manejan entre ciertos estratos de población y que en muchos casos ayudan a que se promueva la búsqueda de alternativas médicas, particularmente las que se promocionan como poseedoras de propiedades tan fantásticas que incluso ofrecen cura para enfermedades a las que la medicina científica no ha encontrado la solución. Llamaré medicina científica en esta entrada a la reconocida como alópata, para distinguirla de las corrientes “alternativas” o no científicas.
Dentro del grupo de posibilidades, que en sí cada día se van ampliando en el enorme abanico de terapias alternativas, aparecen también fervientes detractores de la medicina científica, entre los que me he encontrado a quienes pregonan sus ideas –muy válidas las opiniones, por cierto- aunque científicamente estén completamente equivocadas, definiendo a la medicina científica como “ciencia sin conciencia”, “medicina mecanicista, molecular y reduccionista”, lo que sea que esos términos signifiquen y otros muchos adjetivos. Quisiera imaginar que pensar así es producto de la etiqueta asignada a la extremada especialización de la práctica médica que la aleja del centro emocional de los pacientes, convirtiéndola en un ejercicio deshumanizado, aunque altamente efectivo.
Estamos de acuerdo en que muchos especialistas, incluso, llegan a parecer unos auténticos ignorantes de aquella medicina que va más allá de su muy ultrarequete estrechamente especializada área de práctica. Esto es particularmente preocupante cuando se pierde de vista que los organismos vivos somos sumamente complejos y que funcionamos como sistemas interconectados con equilibrios muy delicados y cuyas interacciones son íntimamente relacionadas unas con otras. Por ello, no se puede ni sobre simplificar ni realizarla como si una parte estuviera aislada del resto, particularmente en lo que se refiere a un correcto ejercicio en medicina.
Para mejor ilustrar esta situación, citaré una anécdota personal que, estoy seguro, ya la escribí en alguna otra entrada, pero para ilustrar el tema, creo que vale la pena repetirme esta vez. Pues resulta que estando en un evento social donde por razón de la profesión de los anfitriones, había una mayoría de médicos presentes; conversando en la mesa que nos asignaron, entre las parejas que ahí estábamos, había varios doctores y, no sé si a alguien más le suceda, pero por alguna extraña razón, los temas de salud surgen tarde o temprano y en este caso, adivinaron, la diabetes y, la mía en particular. Una vecina de la mesa, educadamente preocupada por saber si podría yo comer lo que se servía, me hizo la obligada pregunta de, ¿y no te hace daño comer esto si eres diabético?, cuando le respondí que llevo cuenta mental de las raciones de lo que como y que mido la comida “a ojo”, añadí que en mi última hemoglobina glucosilada había mantenido mi promedio cercano al 5.6 y me dijo entre azorada y apenada, el médico es mi marido y de inmediato me pidió que le repitiera el dato y, oh sorpresa, su única respuesta fue, “ni idea, yo soy urólogo”. Ya sé a quién le pensaría dos veces antes de consultarlo aunque sé de buena fuente que es excelente médico. Pero más allá de lo anecdótico, es preocupante la poca percepción de sistema que se percibe en el ejercicio de la medicina actual, razón para que exista cada vez más gente que, de forma infundada, no le tiene confianza.
Sin embargo, la medicina científica, así como a veces se le llama despectivamente como reduccionista, mecanicista y otros adjetivos, sigue siendo la única opción segura para buscar una buena salud.
Hay un término que me llama la atención y que se ha convertido en una tendencia que vale la pena comentar. Se trata de la llamada medicina holística, término –holístico-, que definió Aristóteles en su Metafísica y engloba la idea de “el todo es mayor que la suma de sus partes”. Como decía, siguiendo esta idea, la medicina holística busca, precisamente, combinar aquellos remedios probados que procuran bienestar en conjunto con terapias y medicamentos denominados tradicionales, buscando un equilibrio benéfico para el organismo. Esta visión, en el caso muy particular de la diabetes, es la que pregona que, además de los medicamentos indispensables para su control, llevar a cabo acciones como una actividad física constante y vigorosa aunada a una alimentación sana, completa, equilibrada y suficiente, son indispensables para que se alcance un adecuado control de la glucemia y la salud se pueda mantener en el rango de lo bueno por un mayor tiempo. No es magia, es simplemente sentido común y tener la sensatez de aprovechar, aquí sí, conocimientos milenarios que siguen siendo terapéuticamente válidos. Pero ojo, sirven en combinación con una atención y seguimiento médico adecuado, si se disocian, se pierde el resultado que se busca.
Cuando se habla del tema de la medicina alternativa, por otro lado, se trata de un animal completamente diferente y que no necesariamente cae en el rango de la ignorancia ni del pensamiento primitivo. Se trata simplemente de opciones terapéuticas que desde el punto de vista del rigor científico no han probado de manera consistente su efectividad para curar. Que no se tengan pruebas concluyentes de su efectividad no las invalida, pero por lo mismo, tampoco se pueden avalar sin reserva.
Veamos un caso que en lo personal me apasiona y es la herbolaria, es decir, tratamiento a base de sustancias extraídas de vegetales (raíces, corteza, hojas, tallos, flores, frutos, etc) y que aprovechan las sustancias activas (metabolitos secundarios) de la planta. En sí, toda la farmacéutica moderna nació y se desarrolló a partir de esta disciplina y aunque aún hay algunos medicamentos extraídos directamente de materia vegetal, los medicamentos más modernos son moléculas sumamente complejas producidas bajo diseño en laboratorios farmacéuticos que cuentan con equipos y tecnologías de punta no accesibles al común de los mortales. Pero regresando a las hierbas, son y seguirán siendo vigentes para muchos tratamientos de afecciones muy diversas, pero como en la medicina alópata, se necesita de un experto para que sean recetadas correctamente. Aquí tampoco cabe la automedicación, pues una dosis equivocada o, peor aún, una aplicación incorrecta, nos puede llevar a dañar permanentemente un órgano vital o incluso, costarnos la vida.
Esta parte, como dije, me fascina pues me permite especular sobre ciencia y conocimiento certero. Es, principalmente en función de la dosis que un producto vegetal puede ser desde totalmente inefectivo e inocuo, hasta prácticamente mortal. Los químicos sabemos muy bien cómo medir e identificar las sustancias activas para un resultado específico y la diferencia de tomar un remedio herbolario o el medicamento que contiene, precisamente, como ingrediente activo. Esa sustancia se conoce como “metabolito secundario” y es la que actúa benéficamente en el organismo. En una medicina comprada en la farmacia siempre sabremos la dosis, mientras que en la planta de la herbolaria, el contenido de la sustancia que esperamos nos de la salud, dependerá de muchísimos factores entre los que se encuentran el tiempo de cosecha, el ciclo de lluvia y secas, la región, altura, etc. Por el lado positivo, hay que reconocer que los efectos secundarios propios de los medicamentos, a veces no aparecen o son menos severos y los tratamientos suelen ser más prolongados para que el organismo los aproveche.
Quienes defienden “a capa y espada” lo natural o naturista, a veces no consideran el concepto detrás de las palabras “riesgo potencial” o “dosis” y piensan que por que algo es natural, es sinónimo de benéfico e inocuo. Nada más erróneo. El que una sustancia sea natural, no la libra de efectos indeseables, incluida la muerte del enfermo. Como ejemplo extremo, nada más natural que un alacrán o una cobra del desierto y seguro a nadie se le ocurriría tenerlos como mascota casera y jugar con ellos porque sean “naturales” y por ello ser excelentes bichos caseros. Sí, ya se, a veces peco de exagerado, pero lo obvio del ejemplo indica que sabemos que hay cosas o seres a los que tenemos que mantener con una sana distancia, pero ¿Qué pasa si desconozco las propiedades dañinas de una infusión y me la tomo sin preguntar? Por ello, la recomendación final de hoy es: cuidado, nunca hay que creer todo lo que me digan sin pasarlo por el tamiz del estudio, la duda, la investigación y la validación científica. Esta actitud será siempre el mejor antídoto contra la ignorancia y los “listillos” que quieren obtener beneficios de ello, aun a costa de nuestra salud. ¿O, acaso estaré realmente equivocado?
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