miércoles, 21 de febrero de 2007

Otra vez la burra al trigo… (IV)

La necedad de hoy versará sobre qué hacer para cuidarnos y retrasar o evitar la aparición de las complicaciones agudas. La solución, si bien es muy sencilla de recetar, al momento de llevar a cabo el remedio, es donde aparece el problema principal del tratamiento y control.

Primero haré un paréntesis sociológico y evolucionista tratando de dilucidar el por qué nos cuesta tanto trabajo ser y hacer lo correcto para alcanzar una vida sana. Lo primero que procede en estos casos, es plagiar –el nombre técnico es investigación-, información de los expertos en paleontología, arqueología, biología y genética –nada pues, ya que si vamos a plagiarlos, al menos que sea algo que suene impresionante, ya que en realidad, los hallazgos recientes en dichas ciencias son realmente espectaculares y parece que nuestra condición actual de elevada vulnerabilidad ante los estragos de enfermedades antes raras o desconocidas se ha incrementado conforme alcanzamos grados de civilización cada vez más espectaculares.

Este paréntesis comienza como los cuentos de hadas, algo así como: Había una vez, hace como
tres y medio millones de años, un grupo de primates conocido como Australopithecus, que vivieron en lo que hoy es el continente africano y que la pasaban muy felices en una selva tropical, tupida con abundante comida –por cierto, eran primordialmente vegetarianos-, agua y un clima cálido y estable a lo largo del año. Pero aquí es hasta donde llega la parte romántica del cuento, pues no tuvo un final feliz, al menos para nuestros primitivos héroes, pues como sucede cíclicamente en este planeta, el clima cambió y en un abrir y cerrar de ojos –claro, desde el punto de vista geológico, unos 1,500 a 2,000 años-, el paisaje se fue transformando en un páramo donde la sequía tomó la fisonomía del entorno. Nuestros héroes se vieron ante la disyuntiva que exige la regla de la selección natural, extinguirse o adaptarse mediante el mecanismo de evolución; como es lógico puesto que estamos aquí, la muy inteligente elección fue evolucionar y si nos saltamos unos cuantos pasos de cambios continuos, el cambio llegó al actual Homo Sapiens. Si nos comparamos con nuestro pariente el primitivo Australopithecus, del que parte nuestro origen, veremos que hay muchas variaciones que cuentan para la diferencia. Orgánica y funcionalmente, el Australopithecus se parecería más a una mezcla entre nuestros primos los chimpancés, los gorilas y los orangutanes, quienes por cierto, en el origen de esa particular rama genética, comienzan a separarse de nosotros, los homo sapiens, con la pequeña diferencia de ser el primer homínido de adoptar una posición razonablemente erecta.

Primero encontraremos que el cambio lo forzó la pérdida de la abundancia alimentaria por el cambio del clima –algo así como la actual amenaza del calentamiento global-, pero en tres y medio millones de años suceden muchas cosas y nuestro prototipo de personaje es una prueba viva de tales cambios. No se tiene todavía la secuencia completa de los cambios por la dificultad de tener registros fósiles confiables y completos, pero las pistas con que cuenta la ciencia nos dan un panorama altamente confiable y nos relatan la existencia del Homo Habilis, el Homo Erectus (Pitecanthropus), el Homo Neanderthalensis y, finalmente hace como doscientos cincuenta mil años, llega el Homo Sapiens, en una continua secuencia de cambios impulsada por la escasez de comida y un clima adverso que consistentemente mantuvo a estos seres con hambre y en movimiento constante en busca de comida, pero con frutos espectaculares desde el punto de vista evolutivo.

Entre los cambios más significativos está el enorme desarrollo de la capacidad intelectual mediante el incremento de la capacidad craneal y masa encefálica, con la adición de porciones cada vez mayores de corteza cerebral; cambiamos los generosos vientres con grandes estómagos e intestinos gruesos de gran longitud, por un vientre más bien pequeño e intestino grueso muy corto, acortamos nuestras extremidades superiores y perdimos el pulgar oponible en las extremidades inferiores; desarrollamos capacidades de lenguaje y modificamos la posición de los genitales así como los sitios de deposito de reservas grasas. Nos convertimos en omnívoros –es decir, que podemos comer cualquier cosa y aprovechamos sus nutrientes-, con especial predilección hacia la comida de fácil digestión y mayor valor calórico: la proteína animal. Sí, me refiero a ser carnívoros ya que la proteína contiene hasta tres veces más calorías por gramo que sus equivalentes vegetales; en particular la carne de pescados rica en aceites omega 3 y omega 6 permitieron a nuestros antepasados proporcionar la materia prima para una mayor masa de corteza cerebral, sede de nuestros pensamientos complejos a los que pomposamente llamamos inteligencia.

Así que el precio por un “intelecto superior”, fue ser nómadas, cazadores y recolectores con periodos de abundancia en alimentos alternados con hambrunas o escasez. Por ello, además de los cambios evidentes en apariencia y funcionalidad, hubo un cambio metabólico sutil pero crucial: el mecanismo natural de resistencia a la insulina. ¿Para qué sirve tal mecanismo? Preguntarán. Adivinaron, para crear reservas grasas en la época de abundancia que sirvan de alimento en tiempos de hambre. De ahí nos viene el famoso cuerpo de pera a las mujeres y de manzana a los hombres, que define las zonas de depósitos grasos. Y colorín colorado, la evolución derrotó al hambre y ante el reto de un clima adverso a la abundancia creó un ser cazador, recolector, con poca fuerza física y sin garras o mandíbulas poderosas, pero que se transformo en un eficiente depredador con una mente tan poderosa como para transformar su medio ambiente. Un mamífero que camina en posición erecta, con poca grasa corporal, musculatura visible por el esfuerzo diario dedicado a la supervivencia cuya evolución se puede resumir en la frase: esforzarse para comer y comer para realizar el esfuerzo.

2 comentarios:

  1. Pues parece que terminaremos peor de como empezamos mira cuando leia tu espacio me di cuenta que estaba sentada en mala posición o sea que mi columna se estaba encorvando, y de los alimentos pues ni que decir yo en realidad no se si son o no son transgenicos, desechables, naturales, vegetales, sinteticos, o qué, porque ahora la moda es comer lo que compras en el super o en el mercado y uno ya ni sabe a eso agregale todos los cambios que tiene nuestro cuerpo al consumirlos de ahi muchas de nuestros trastornos y falta de salud, fatigas etc... ejemplo las tortillas quien sabe de que son realmente no crees? el otro dia veia un programa de moda del vestir y las fajas y los corses ya no son exclusivos de las mujeres creemos que nos vemos muy bien con una cosa de esas pero eso tambien afecta a nuestro cuerpo eran en otros tiempo las fajas tan exageradas que las mujeres que querian la cintura tan chiquita llegaron a afectar sus musculos y no los desarrollaron como debian. Lo cierto es que hay que cuidarse lo mejor posible a nuestro alcance comer de la mejor y sana manera. ¿A lo mejor tambien padecian diabetes nuestros antepasados y no lo sabian? bueno que tengas buen dia y gracias.

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  2. ceci:

    Dicen en mi pueblo que para esto de las comunicaciones más vale tarde que nunca y es que pasé por unos días de enfermedad -ya me encuentro en recuperación, lenta pero segura- y la verdad no tuve cabeza para revisar ni contestar antes de ahora; apenas de publicar algo que ya estaba previamente preparado.

    Tienes mucha razón en tu comentario ignoramos más sobre nosotros y lo que nos conviene, que lo que sabemos y no sabemos, de todo lo que hacemos con nuestro medio ambiente y cuerpos, qué será finalmente bueno o perjudicial.

    En fin, seguiremos en este camino y, de nuevo, gracias por tu comentario.

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