martes, 27 de marzo de 2007

Las emociones y la comida (I)


Hoy comienzo otra serie de textos relacionados y seriados, nuevamente con respecto a la comida y nuestra relación afectiva con el comer. Ésta será la primera entrada en la que presento un panorama general del concepto y en las siguientes -aun no tengo idea de cuántas saldrán-, iré aportando el qué y el por qué esta relación con las emociones y la comida nos pueden perjudicar en extremo y cómo podemos desarrollar técnicas de control y qué y como hacer para salir adelante, además de quién puede ayudarnos tanto médica como emocionalmente en este proceso.


Este pasado fin de semana, mi hija mayor me recordó que aunque ya he escrito sobre la íntima relación entre los diferentes estados de ánimo y la comida, relación entrañablemente ligada a la vida diaria de los diabéticos y de aquellas personas que padecen algún trastorno de la alimentación –o peor aun, ambos casos a la vez-, me tomé prácticamente una semana investigando sobre el tema para retomar las entradas en este espacio, una vez comprendida de forma razonable la cuestión de lo que en inglés se le denomina “emotional eaters” o algo así como “quienes comiendo responden a diferentes estados emocionales” que es un concepto mucho más amplio al de comedores compulsivos, ya que abarca no solo a estos, sino también otros desórdenes de alimentación y, aunque parezca sorprendente, a conductas consideradas normales de la alimentación.

Me explico: Al incluir en el concepto a conductas normales hacia la comida, me refiero que todos, absolutamente todos, encontramos recompensa en al menos un tipo de comida o alimento; la mayoría de las veces aquellos que son dulces, como los postres o grasosos y salados como las botanas y frituras empacadas, pero cada quién tiene su selección. Cuando esta relación de búsqueda del placer a través de la comida se sale de cauce, es cuando podemos considerar como un trastorno ese descarrilar la forma de relacionarnos con lo que comemos. También los trastornos pueden variar en una amplia gama, desde leves hasta muy graves y difíciles de controlar –pero no imposible.


Si bien nadie estamos exentos de caer en las conductas propias de los desórdenes de alimentación, estadísticamente, las mujeres son más propensas a padecer estos trastornos, en una proporción bastante mayor que los hombres. Los “comedores emotivos o CE” -término que utilizaré en adelante por darle un sentido semejante al utilizado en el inglés, lengua en que se bautizó el concepto-, encuentran que sus emociones y su forma de comer –qué, cómo y cuándo-, están tan íntimamente entretejidos que, especialmente las mujeres, encuentran virtualmente imposible mantenerse saludables y, eventualmente perder peso, sin antes poner en claro y en orden su apego emocional con la comida.

La Dra. Marcelle Pick, OB/GYN NP, en un artículo intitulado “Emotional eating”, relata sobre sus pacientes –todas mujeres, ya que es obstetra y ginecóloga-, que “todos los días escucho historias sobre la relación emocional de las mujeres con la comida. Para muchas de mis pacientes sus recuerdos, los más tempranos especialmente, son los más queridos: El camión de helado en un caluroso día de verano, comidas con la familia en las celebraciones especiales, etc. Estas historias subrayan cómo la comida puede usarse para hacernos sentir consolados, relacionados y amados. En muchas familias la comida es la única moneda de cambio para el amor, una herencia que las mujeres transmiten de forma inconsciente a sus hijas e hijos.


O, lo opuesto puede ocurrir con la misma frecuencia. Las horas de comida pueden convertirse en aplastantes ejercicios de poder o control paterno. ¿Cuántos niños se sientan a la mesa solo para oír: contigo no se puede y cuantos obligados a permanecer en la mesa hasta que se acabaron todo lo que se les sirvió? ¿Quién no perdió eventualmente el apetito luego de haber recibido su dieta de crítica y ser avergonzado cada ocasión?”

Más adelante, el mismo artículo va describiendo cómo con el tiempo, al llegar la pubertad, la adolescencia y conforme vamos avanzando en la vida, esta relación emocional con la comida puede transformarse en desorden. La sociedad moderna está estructurada de forma tal que se convierte, de forma inconsciente, desapercibida y difícil no solo de captar, sino de modificar hacia algo mejor, en una trampa que induce a las y los jóvenes debutantes a desarrollar sus primeros conflictos autónomos con la comida. Digo autónomos pues en esta etapa aunque ya se percibe que el deseo de comer o dejar de comer no es normal, se excluye a los padres de la posibilidad de enterarse, no digamos de participar, por el temor que pretendan ejercer un control –no deseado por los hijos-, sobre la forma de comer - esto implica qué, cómo y cuándo se come.


El artículo continúa en este respecto diciendo que “Conforme una mujer transita hacia su adolescencia, su historia se conforma en cuentos de privación y triunfo sobre la comida, el enemigo percibido. Una de mis pacientes –sigue el texto-, describe cómo ella y sus amigas hacían solo un alimento al día durante el último año del bachillerato, apretándose las manos entre ellas como una forma de apoyo para lograr entrar en el muy estrecho vestido de graduación en junio. Otra recuerda llegar a casa y flagelarse a si misma si se comía más de medio vasito de yogurt como almuerzo. Frecuentemente la adolescencia para las chicas significa el ingreso a lo que se convertirá en una vida de sentirse asqueada de si misma por desear y necesitar hacer algo que es una necesidad vital – ¡comer!”

Sin embargo, los desórdenes de la alimentación no son un dominio exclusivo de las mujeres jóvenes, en su libro “Runaway eating”, algo así como “comiendo y huyendo”, las escritoras Cyntia Bulik y Nadine Taylor nos ayudan a tener una visión sobre el por qué muchísimas mujeres en sus cuarentas y cincuentas se encuentran lidiando con el estrés de la edad mediana recurriendo a patrones de comida poco sanos que incluyen atracones de comida, la dieta del yoyo -me mato de hambre hasta alcanzar el peso deseado y una vez que alcanzo la meta, a comer como antes o más, con la consecuencia del famoso rebote-, la restricción calórica y ejercitarse compulsivamente. Mientras que las mujeres en estas edades no se consideran así mismas anoréxicas pues comen de forma regular, su obsesión por mantener el control -y no solo sobre lo que comen-, puede ser tan destructivo como ésta. Es un apego emocional a una negación ritual a la comida, al placer, al dinero, al descanso, al sexo.En fin, es anorexia disfrazada con diferente traje; es un esfuerzo de la persona para borrar una parte de sí o su vida que debilita su sentido de control.


Por hoy cierro este cruel espejo y espero mañana continuar dando más información sobre este, a la vez doloroso, pero apasionante tema.

2 comentarios:

  1. Controlar algo tan basico y necesario como la comida da una enorme sensacion d poder y control, lo q es ideal para mujeres y hombres obsesivos compulsivos y puede derivar en trastornos alimenticios.
    Otro problema es la sensacion de tranquilidad que da el comer chocolates (x ejemplo) debido a la produccion de endorfinas que genera, y eso automaticamente nos hace sentir bien, no solo x comer en si, sino tambien x las sustancias q ciertos alimentos liberan en el organismo, lo cual solo refuerza estas sensaciones d bienestar que da el comer.

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  2. l!l!th:

    Lo que dices es correcto y además te estás anticipando a lo que sigue del tema, que entre otras cosas es el cómo se convierte la comida en un "distractor" a sensaciones traumáticas odolorosas. Pero esa es otra historia que aquí será contada

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