martes, 6 de marzo de 2007

Otra vez la burra al trigo… (VII y final)


En esta entrega, que será la final de la serie de burradas con ambición de trigo, termino de desarrollar el tema de los cuidados inherentes a la diabetes y sus desagradables consecuencias.
Si la pregunta ¿por qué los diabéticos suelen vivir desapegados de las prácticas saludables de vida aun a sabiendas del daño que se está causando?, la hago a cualquier profesional de la salud –Endocrinólogo, Diabetólogo, Internista, Psiquiatra, Lic. en Nutrición, Psicólogo o cualquier especialidad muy relacionada a la diabetes, seguramente me podrá dar razones tales como falta de interés en la propia salud, ignorancia –cosa que ya dejamos atrás-, desidia, baja autoestima, falta de disciplina o mil razones más. Sin embargo, si me miro al espejo y me pregunto: A ver Jorge, aquí entre nos, así sin anestesia y sin testigos, ¿tienes idea del por qué un diabético abandona su tratamiento o rompe la dieta o, simplemente no se cuida? Tras unas cuantas horas de sesuda meditación –digamos unas setenta y dos-, “creo que sí”, sería la respuesta.


Creo saber por qué pues a pesar de cuidarme diario y saber que estoy razonablemente bien controlado y que hago ejercicio diario y que me apego de una forma razonablemente cercana –aunque por debajo de lo que debo-, a mi plan de alimentación, fallándole no por mucho, entiendo y sé el por qué fallan los que fallan –yo incluido.

No se trata de debilidad de carácter o espíritu suicida ni necedad contradictoria por sabotear el tratamiento. No es una cuestión de algo que podamos denominar “carácter del diabético”. No, es algo más sutil, difícil de ver, que aparentemente no cuenta, pero está ahí. Se trata de la permanencia de la enfermedad. Se trata de vivir en carne propia un caso de renuncia “para siempre”; se trata del “Paraíso Perdido”, se trata de despertar todos los días y encontrarse con la realidad de nuevo, realidad con un nombre: diabetes y ver que no se fue. Parafraseando a Augusto Monterroso, podría escribir “y cuando desperté, la Diabetes seguía ahí”.


Quizá la carga más pesada dentro de la vida de un diabético sea el carácter de “perpetuidad” que alcanza todo lo relacionado a la enfermedad. Sabemos de ya -incluso antes que nos lo digan y nos cae como balde de hielitos en la espalda-, al momento de recibir el diagnóstico, que se trata de una condición incurable, que "la gente se muere de eso” y de fea manera. Pero es al tener que reaprender a vivir el día a día que la carga real comienza a aplicar su cuota, comienza a ser de peso y donde la lucha por mantener la fuerza de voluntad aparece. Nuestra es la decisión de ir a la batalla y salir triunfadores o derrotarnos de entrada y dejarnos vencer sin siquiera intentarlo. Sin apenas percibirlo, nos vamos imaginando que ya no pertenecemos al género humano, creemos que somos parias alimentarios, marginados de la mesa del gran banquete universal, algo así como si nos hubieran arrojado del paraíso, como si hubiésemos sido los nominados de la semana en un imaginario concurso de glotones con el perverso nombre de ¡el que se baja, sale!. Sí, así es, donde más duele es en el departamento de la comida, por eso justifico la entrada de hoy.

La comida representa no solamente el diario sustento mediante el aporte de combustible y nutrientes necesarios para la vida, es también nutrimento social y emocional. Aquel que por la razón que sea come a solas, despierta la lástima de quienes lo rodean. Pobre diablo, no tiene ni con quién comer. Casi cualquier celebración o acontecimiento importante para las personas, instituciones, países, se celebra comiendo y bebiendo. La comida la ligamos profundamente a nivel inconsciente con afecto y su carencia o abundancia las ligamos con las sensaciones de amor o desamor. La comida de principio nos aporta la sensación de seguridad; si hay qué comer, tengo la supervivencia inmediata asegurada; la buena comida nos brinda placer ya que distinguimos dulce, salado y amargo, por lo menos; nos da la sensación de bienestar pues actúa como un enlace social que nos permite compartir nuestros bienes comestibles con otras personas y presentarlas como ofrendas de amistad, cariño y aceptación.

Comer y comer de todo, con calidad óptima, cantidades sin restricción es la máxima expresión de bienestar dentro de una civilización como la nuestra, sin embargo, lo opuesto es sinónimo de pobreza, escasez, privación y condiciones limitadas y disminuidas de nivel de vida. Cuando esta privación de comida es por carencia económica o por moda de dieta “para adelgazar”, siempre queda subyacente la esperanza de que tal condición eventualmente llegue a su fin por la mejora de la condición económica o por haber alcanzado el estado de esbeltez deseado, respectivamente. Sin embargo, en la diabetes, la privación y la escasez son para toda la vida, sin periodos de descanso ni vacaciones a la condición que nos aqueja. Eso, eso pesa en el ánimo y ciertamente contribuye a la tasa de abandono de los planes de dieta y ejercicio.

No hay recetas mágicas ni consejos absolutamente efectivos, pero se por experiencia propia que el apoyo de la familia es crucial para el éxito ante tal adversidad gastronómica. Si al apoyo de la familia le agregamos ciertos autoengaños –muletas les llaman algunos-, que nos van ayudando a obtener pequeñas victorias, podremos en el largo plazo, alcanzar un nivel adecuado –que no perfecto, por favor-, de control de la diabetes.

Hay dos consejos que quiero dejar para cerrar esta serie horneada al trigo integral:

Primero: Hay que ser muy creativos. Si bien hay cosas que nos han quedado prohibidas y debemos olvidarlas casi que para siempre, hay un buen grupo de productos que sí podemos comer y aplicando dicha creatividad, la hora de la comida puede llegar a ser incluso una experiencia gourmet y esto, combinado con actitud y solidaridad de la familia –que debe comer lo mismo-, nos reinsertarán de nuevo en la comunidad de los seres humanos.


Segundo. Borrar de nuestro consciente el concepto de “para siempre” y cambiarlo por un tiempo más humanamente manejable como: “solo por hoy” y hacerlo nuestro horizonte de cuidado. Créanme, cuando se reduce el tiempo que dura el compromiso de control a solo el día de hoy, se convierte en una escala manejable, no fácil, no libre de tentaciones y no libre de falla, pero un día es algo que, al menos yo, he podido -casi siempre-, manejar.

2 comentarios:

  1. No es para menos los alimentos que siempre consumimos deben verse apetitosos y agradables ademas nuestras mamas nos enseñaron a comer de todo si o no? recuerdas aquello de que quiero el plato limpio y te comias todo aun sintener ya hambre, pues recordaras que te daban chilaquiles picositos, enchiladitas, guacamolito, sopita de verduras, molito, pollito a la chole apoco no recuerdas que aquello estaba bien rico y te lo comias, como cambiar todo eso por un plato de lechuga con panela o ensalada de cangrejo con mayonesa light, sin frijolitos no tortillitas a tu antojo, pero ni modo hay que hecharle ganas ademas si comes lo "prohibido" debes pagar el precio una buena sesion de caminatas para que tu cuerpo se empareje otra vez. Ya no hay pensar tanto en la comida que se deja ya ni modo a hecharle ganas. Cuidate y recuperate mejor. Hasta la proxima y sigue escribiendo yo si te leo.

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  2. ceci:

    Gracias por leerme y dejar testimonio de ello. Disfruto enormemente tus comentarios. En el de hoy, tienes toda la razón qué dificil es re aprender a comer de forma sana, equilibrada y darle a la comida aspecto y sabor agradables; pero como dices, echarle ganas es lo que queda.

    Saludos cordiales

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