miércoles, 28 de marzo de 2007

Las emociones y la comida (II).


Siguiendo adelante con esto de los “comedores emotivos o CE” o dicho en inglés, “emotional eaters”, donde la mayor población con este patrón de conducta son mujeres. Mujeres que no son totalmente capaces de controlar su situación e incluso son víctimas de un “complot” para hacerlas desaparecer, literalmente, de este mundo. Baste darse una vuelta por las tiendas de ropa de moda para jovencitas y también ya para mujeres de mayor edad, donde han desaparecido las tradicionales tallas 9 a 13 y los promedios van bajando hacia tallas 6 e incluso las infames 0, 00 e incluso las 000. ¿Es que acaso las mujeres deben desaparecer para llegar a ser realmente atractivas? En mi masculina opinión, nada más lejos que eso de la realidad, pues no es lo mismo una mujer esbelta, proporcionada y bien formada que una escuálida, esquelética, desproporcionada y deforme.

Sin embargo, continuemos con el tema de los CE. Al parecer, las estadísticas arrojan que en una proporción mayor al ochenta por ciento de las mujeres presenta alguna forma de conflicto emocional con la comida. En conjunto representan un continuo que se extiende entre los extremos de las subalimentadas y las sobrealimentadas.

El apego emocional a la comida no tiene nada que ver ni con el nivel educacional, económico o social, sino cómo el individuo ha aprendido a responder al estrés. Algunas personas -las mujeres en mayor grado-, adquieren conductas que pueden ser de superresponsables u obsesivo compulsivas y usan la comida como una forma de control sobre sí mismas y sobre otras personas; otras mujeres son del tipo sensato y enfrentan la vida con entereza y aprenden a mitigar y a llenar sus sentimientos con comida. En cualquier caso, se trata de mujeres que se preocupan en sí por la comida para evitar enfrentarse a sentimientos no deseados, tales como dolor, desesperanza y vergüenza, entre otros.

¿Suena familiar el concepto “niño o niña, toma este dulce por haberte portado bien"? Creo que ninguno de nosotros pasamos por la infancia sin haber recibido ese tipo de “recompensa” a un determinado modelo de buena conducta. Ahora como adultos en épocas de estrés, muchos inconscientemente reproducimos ese “premio” con comida confortable que está llena de carbohidratos simples (azúcar). No es casualidad, ya que los alimentos dulces “disparan” la secreción de Serotonina, poderoso neurotransmisor que también es conocido como “la hormona de la felicidad”, por que es la responsable de una muy sabrosa sensación de bienestar, aunque sea de forma temporal.

Por ello la así llamada comida confortable y la comida chatarra nos pueden ayudar a sentirnos bien momentáneamente, pero en realidad están formando un círculo vicioso de culpa. Lo perverso de esto, es que en lo profundo del inconsciente estamos buscando los elementos para recrear estos sentimientos de culpa y vergüenza por que son familiares y la familiaridad no implica, de ninguna manera, que sean buenos o saludables, sino solamente que forman parte de un patrón que busca llenar un “vacío sin fondo”.

Las mujeres realmente se enfurecen consigo mismas por “engordar como cerdos”, culpando a la comida en vez de la situación o persona que las molesta y disparó el impulso de comer, ya que es mucho más difícil controlar las emociones que la comida, además que la comida no discute ni responde feo. Privarse de la comida presenta un atractivo falso también ya que proporciona a muchas, la promesa de una forma fantástica de control sobre si mismas y de la gente que las rodea. Pero para otras la privación de la comida es una sensación virtuosa -mientras dura-, pero frecuentemente termina en atracones.

Una forma de comenzar a resolver este círculo vicioso de la comida como consuelo o como forma de control, es preguntarse uno mismo ¿Qué me impulso?, ¿qué estaba sintiendo en un principio y cómo me siento ahora?, Mucha gente no sabe o no percibe hasta qué grado los asuntos relacionados con la comida y el comer con las emociones estan impactando nuestra salud a largo plazo. Encontrar alguien con quíen platicarlo y compartirlo, puede ayudar a desenmarañar e invertir estas conductas de autosabotaje.

La CE a menudo pasa desapercibida o sin diagnóstico a pesar de las consecuencias físicas reales que conlleva. No se trata solamente de un trastorno de la conducta sino que revela un desequilibrio hormonal y de neurotransmisores que puede provocar antojos insaciables –munchis (se pronunciaría algo así como monchis), es el término, de entre los que he escuchado que más gracia me hace-, que contribuyan a comer de más. Ya hay una gran cantidad de pruebas que permiten diagnosticar el desequilibrio neuroquímico, como primer paso a una solución de apoyo médico. Hay algunos médicos que prescriben complementos con aminoácidos, vitaminas y minerales como parte de tratamientos más amplios. Estudios recientes han encontrado que las dietas ricas en carbohidratos y pobres en proteína, inducen el ingreso de mayores cantidades de Triptofano –un aminoácido regulador del humor-, al cerebro, lo que puede conducir a un “estado de modorra”, cura segura –aunque, de nuevo, momentánea-, para el estrés.

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