Al meditar sobre las estadísticas alrededor de la diabetes, me encuentro con una herramienta invaluable de información que es el Atlas de la Diabetes de la IDF (Diabetes Atlas de la International Diabetes Federation), es una casi inagotable mina de información cuya elaboración ha tomado años de un titánico esfuerzo, pero el resultado es impresionante y muy útil al momento de considerar datos relevantes y confiables con respecto a lo que está sucediendo en el mundo con respecto a la diabetes. Nos permite saber con cifras muy precisas qué sucede tanto a nivel regional como a nivel mundial en aspectos tales como casos existentes, casos nuevos, complicaciones asociadas y su impacto en las economías regionales. En fin, es un documento como su nombre lo indica, Atlas, lleno de datos, cifras y referencias que sustentan la toma de decisiones sobre el estado de la diabetes y qué hacer hoy para que el problema no sea más un problema de características globales.
A partir de estos datos, que por cierto son como para un guión de cine de terror, es que la IDF, ha lanzado su campaña de alerta mundial que pretende sacudir la conciencia de los dirigentes de todos los países del mundo, para que se asignen recursos y se realicen acciones efectivas para atajar el creciente problema que implica la diabetes, no solo desde el punto de vista del individuo que la padece, sino desde la perspectiva de los sistemas de salud nacionales, regionales y mundiales. Esta campaña, como ya lo comenté en una entrada pasada, se llama O for outrage!, (O por furia!). Pero el tema de hoy es un poco más sutil y toca una fibra diferente.
Casi siempre nos sucede –a mí por lo menos con penosa frecuencia-, que disociamos nuestra vida personal, social y política de la vida masiva, nacional y comunitaria. Nos aislamos en un cómodo refugio de retraimiento selectivo donde a veces ni siquiera nos dignamos a ver al vecino, evitándonos la molestia de saludarlo. Dividimos el mundo entre yo y los otros y ahora, de manera realmente alarmante, dependemos de una prótesis llamada computadora para poder establecer un contacto –profilácticamente seguro-, con otro individuo de la especie. Eso sí, concedo, a la velocidad de la luz, por lo que el factor distancia es un obstáculo despreciable.
Pero ya que mojé el dedo en limón y lo recubrí con sal, vamos directo a la llaga, ahí donde diabéticamente más duele o donde verdaderamente nos debiera de doler. ¿Quién, en primer lugar tiene la responsabilidad de velar por mi salud, de atender mi enfermedad o si tengo riesgo, tomar las medidas necesarias para prevenirla? La relación pueblo (yo, tu, los demás de a pié) y gobierno (los innombrables) se ha caracterizado por establecer una brecha infranqueable de comunicación en la que nos convertimos en pasivos espectadores en la esperanza de que sean ellos los que resuelvan todos los asuntos nacionales y, por qué no, los personales. Se nos olvida que ellos y nosotros estamos hechos de la misma esencia y que un funcionario público debiera ser considerado como un simple ciudadano que ha sido contratado para administrar una función específica de gobierno, o sea, en teoría están al servicio de la ciudadanía. Pero como este blog no trata de ciencia política ni califica como charla de café, veamos el punto fino y desmadejemos el problema, enfocados en la diabetes como problema de salud nacional.
Como decía, los ciudadanos esperamos ilusionadamente que los funcionarios públicos cumplan con el compromiso de administrar los bienes nacionales y velar por el bien estar de los ciudadanos, pero no podemos caer en el extremo de pensar que el gobierno, venga a resolver todos los problemas ciudadanos mientras que los ciudadanos que vivimos nuestro particular problema no ponemos nada de nuestra parte. La verdad que así como los ciudadanos en lo individual somos impotentes para resolver los problemas nacionales, el gobierno no puede intervenir en los ámbitos privados y decirnos qué y cómo hacer. Al menos no es lo deseable en una sociedad civilizada ¿lo es la nuestra?, bueno, en lo que nos respondemos esa pregunta, tengo algunos datos que quiero compartir y que me llevaron a esta compulsiva reflexión y es un resumen que me encontré al hurgar entre mis archivos y es parte de las “Declaraciones Acapulco 2005” derivadas del Congreso Nacional de Diabetes del mismo año.
En dicho documento, redactado hace ya seis años, se reconoce que es imperativo tomar acciones inmediatas “Para la Reducción de la Incidencia de la Diabetes Mellitus Tipo 2 en México” y se detallan una serie de acciones que el gobierno asume como propias y que a lo largo de los años podemos darnos cuenta que algunas ya están en fase de implementación y otras, al parecer no se ha hecho nada o no se ha difundido adecuadamente.
En un rápido resumen enumero los rubros principales:
1. Acciones en el ámbito escolar; creando redes de salud escolar, implementación de programas de educación para la salud, aumentar la actividad física de los educandos e instrucción sobre hábitos de alimentación.
2. Acciones en el ámbito laboral; con anuncios que difundan mensajes de salud, estimular la creación de rampas y escaleras para sustituir elevadores y estímulos fiscales para la creación de gimnasios y canchas deportivas.
3. Acciones para la regulación de la industria alimentaria. Aquí ni comento, pues todos pudimos ser testigos de la rápida y contundente reacción de esta industria y cómo fueron -¿amedrentados?- los legisladores que metieron reversa en la propuesta de control.
4. Acciones en los medios masivos de comunicación. Bueno, el párrafo anterior podemos usarlo de nuevo.
5. Acciones en la preparación del personal médico; Incluye incorporar capacidades para manejar recomendaciones en dieta y actividad física del paciente, Inclusión en programas académicos de algunas carreras profesionales, de los conocimientos de salud suficientes para la difusión y aplicación de estilos de vida saludable.
6. Acciones en el ámbito fiscal, pretendiendo dar algunos estímulos a quienes participen dentro del marco de esta iniciativa.
Acciones llenas de buena intención, pero insuficientes a la hora de dimensionar el problema que se pretende resolver pues falta un importante elemento en la ecuación. Yo y mi propia indiferencia o capacidad de compromiso.
Sin embargo, regresando a la autocrítica, hay muchos aspectos de responsabilidad individual que, habiéndolas asumido como propias, al gobierno ni siquiera se le ocurre pedirnos una colaboración activa. Al criticar esta parte, me quiero referir a la visión generalizada entre la clase política de vernos –y lo logran con mucho éxito-, como infantes inconscientes e inmaduros, legislando sobre lo que en una sociedad civilizada debiera ser una decisión inteligente producto del sentido común, pero que no la tomamos hasta que por la fuerza nos es impuesta. Sin embargo la pregunta queda flotando en el aire al ver la dolorosa realidad mexicana en el tema de obesidad infantil, diabetes tipo 2 en niños y la prevalencia de complicaciones en la población diabética en general. ¿Y mi responsabilidad sobre mi propia salud? ¿Y mi responsabilidad sobre la salud de quienes dependen de mí? Y puedo seguir preguntando hasta el infinito, pero no puedo exigirle, vamos ni siquiera pedirle humildemente a nadie que se haga cargo de aquello que es mi responsabilidad, mi propia salud. Seguiré bordando en el tema que tiene mucho de donde cortar, pues no todo es blanco y negro.
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