jueves, 7 de diciembre de 2006

Y tu que te creías...


Hoy me tocó consulta de dieta en el Instituto Nacional de Nutrición y con la consulta me llegó un fuerte jalón de orejas pues no estoy cumpliendo con mi nuevo esquema del plan de alimentación. Aunque mi caso es por comer menos de lo que me toca –razón que apunta a ser la culpable que esté bajando de peso de manera irremisible-, el jalón de orejas dolió por que descubrí que no estoy logrando cumplir con lo que tanto predico en este sitio y que es alcanzar un equilibrio entre el requerimiento y el consumo calórico.

Debo primero que nada lanzar una nota de felicitación a todo el personal de dicho instituto con quienes me ha tocado interactuar pues, desde que me recibieron por allá del 2000 en calidad de casi fiambre como diabético descontrolado, con episodios de hipoglucemias en conjunto con hiperglucemias (picos de glucosa), severos, con un leve daño renal y una retinopatía en formación, me cobijaron y a base de buena atención médica, de una dieta muy completa bien balanceada y apoyo psicológico, me ayudaron a ser lo que se podría llamar un diabético razonablemente bien controlado. Claro que si hay alguien que no opine igual que yo de esta institución, puede escribirlo con libertad en este sitio, pero aquí aplica la regla de que cada quién habla de la feria … Sí, ya lo se, nadie es perfecto, pero en mi caso y promediando aciertos y fallas, diré que me ha ido bastante bien.

Pero… ya que toqué el asunto del regaño, parece ser que el asunto gira alrededor de la comida y, por lo tanto, entra al conjunto de reflexiones que son algo así como el tema principal de este ciclo de celebraciones con mucha comida. ¿Por qué digo que parece ser?, pues verán mis queridos y asiduos fans –haciendo una línea ordenada para recibir autógrafos, por favor-, pues resulta que después de casi seis años de llevar mi dieta de diabético –la verdad que aunque correcto, ese terminajo suena horrible-, sin alguna razón aparente comencé a bajar de peso. Cinco kilos en un plazo de unos cuatro meses para alguien que pesa 72, es algo no deseable, especialmente si esos 72 kilos están en el rango de lo “normal”, por lo que, lleno de pánico en el costal de las angustias, me fui de volada a pedir se me revisara el origen del problema. Después de la inevitable entrevista con el vampiro y las siempre incómodas recolecciones de materia orgánica que nuestro organismo no desea conservar, llegaron los resultados y la consulta médica de evaluación donde no quedó un milímetro de mi penosa anatomía que no fuera minuciosamente examinado.

La buena noticia es que los resultados son sorprendentemente buenos para un diabético y, si no fuera por ese pequeño detalle de ser diabético, podría presumir de estar sano. Sin embargo sigo bajando de peso. ¿La mala noticia?, parece ser que no hay una mala noticia en sí, excepto que si no quiero arriesgar mi integridad a largo plazo, debo de comer correctamente y alcanzar el tan deseado y difícil de lograr, equilibrio.

Me queda pues de tarea comer más abundante en estas fechas, lo que no quiere decir que pueda comer libre e indiscriminadamente, pero sí procurar consumir mi requerimiento calórico diario y, si me paso un poquitín, no me hará daño; así que angustias y obsesiones aparte, procuraré comer más de lo que actualmente me permito y trataré de disfrutar, sin culpas estas fiestas navideñas.

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